(Tim 1, 12 – 17) 

 

En la carta de San Pablo se dice: “Que Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores y yo soy el primero.” Esa frase le ha hecho mucha gracia a uno de ustedes, porque decir que es el primero de los pecadores quiere decir que realmente es el más pecador y como tal, es el último de los que merecen esta salvación, porque es el más pecador de todos, se pone a la cola. Pero los primeros serán los últimos y aunque él dice que es el primero, quiere con eso decir que es el más pecador. Que es el primero, quiere decir el más pecador, el último de la cola y entonces Cristo le juega esta treta de que, por ponerse él en la cola por ser más pecador según se reconoce, que habiendo recibido tantas gracias de Dios, tiene algún pecado que es mucho más grave que otros que no han recibido tanta iluminación de Dios y se pone en la cola, será el primero también en recibir esta gracia de Dios del perdón de la salvación de los pecadores, etc. Precisamente porque era el último de la cola, dice: “y por eso se compadeció de mí; para que en mí, el primero, mostrara Cristo toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en Él y tendrán vida eterna.” Él hace referencia aquí a antes de la conversión. Gran pecador porque había recibido la gracia de todo el Viejo Testamento, de todas las enseñanzas de Gamaliel, su profesor y sin embargo perseguía a los cristianos, ¡qué gran pecador! Que los paganos o los romanos persiguieran a los cristianos, ¡bah!, pero que los persiguiera un judío ilustre como él, ¡qué gran ceguedad, qué gran pecador! Un pecado de participar en el pecado de Judas, en el pecado de los grandes sacerdotes del sanedrín, de todos los que siendo los más doctos, los escribas, los de apariencia de más santos, los fariseos, participaba de todo ello, perseguían al que era nada menos que la luz y que hubieran tenido que ver ellos más que nadie. 

 

Pecado grande el de Pablo por todo lo que tenía, todas las gracias. ¡Qué no tenemos nosotros, que tenemos muchísima más luz que Pablo, que tenemos todo el Bautismo, toda la fe, toda la teología, toda la enseñanza, el testimonio de los santos, el Magisterio de la Iglesia, tantas andaderas para caminar bien, tanta luz! Y a veces nos volvemos de espaldas a Dios y perseguimos y desechamos, marginamos o apaleamos a los que son mensajeros de este Dios, de Dios Padre, de la plenitud de la Revelación. Grave es el pecado. Pues ¿qué tendríamos que decir nosotros que tenemos aun más luz de la que tenía San Pablo antes de convertirse?  

 

Pues bien, que el ejemplo de Pablo sea un gran ejemplo para nosotros, y habiendo recibido tanto, sepamos hacer penitencia de nuestras faltas, de nuestros grandes pecados, dando después tanta gloria a Dios, a Cristo y a Dios Padre.  

 

 

Alfredo Rubio de Castarlenas 

 

Homilía del Sábado 10 de septiembre de 1988 en  Barcelona 

Del libro «Homilías. Vol. II 1982-1995», publicado por Edimurtra 

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