En el centro de la educación está el estudiante. El sentido de la escuela es que el estudiante aprenda, pero no de cualquier manera, sino con calidad. Los sistemas educativos contemporáneos están en la labor de reformular los indicadores de calidad y evaluar el desarrollo personal y social de las personas, la convivencia, los hábitos, el clima escolar, la participación ciudadana, la asistencia a clase, la integración y otros.
El concepto de calidad de la educación está en evolución y los países comparan prácticas y resultados exitosos de la misma. Hoy sabemos que lo que hemos llamado aprendizaje, no es solamente un tema de voluntad, inteligencia y memoria, sino que todo el entorno influye. Los establecimientos educativos, por ende, invierten en gestión del establecimiento, formación de los docentes, gestión académica, gestión comunitaria, participación, convivencia. El mundo educativo está actualmente en una reflexión y evaluación permanente.
Pero, ¿qué tan parte del mundo educativo nos sentimos todos?, ¿es tarea de los ciudadanos y ciudadanas educar, favorecer el entorno, colaborar en la labor escolar?, ¿o es un tema que la escuela tiene que resolver al interior de sus paredes?, ¿permite la escuela que los padres y la sociedad entren en verdadero diálogo con su proyecto educativo?
En los pueblos primitivos, la educación era fundamental y compartida, los más chicos eran parte de la comunidad, igual que los ancianos, y todos estaban en el mismo asunto: el bien común. La comunidad enseñaba el comportamiento, la forma de alimentación, los ritos, los mitos y leyendas. Después, en las pequeñas ciudades, apareció la diferenciación de tareas y eso llevó más adelante a los oficios, talleres, el rol del maestro y el aprendiz. En otro nivel, en algunos centros de estudio, la búsqueda de un saber universal generó la universitas, que con el academicismo, a pesar de la cercanía etimológica de la palabra, se alejó de aquel sentido y se ocupó en generar especialistas con títulos y grados; el mercado ha convertido los centros de estudios en lugares donde se venden estos certificados, pero no siempre acompañados de la tareas del estudio, la investigación y la interdisciplinariedad.
En cualquier caso, siempre el objetivo ha respondido a las situaciones de la vida, pero las inquietudes humanas y trascendentes, la respuesta al sentido de la vida se ha alejado del centro de la educación, del saber. Esta afirmación pareciera un tanto exagerada, pero es por ello que los países y las organizaciones mundiales como la OCDE o la UNESCO están reformulando qué es calidad educativa.
Pero, ¿cuál es el sentido de que nuestros hijos vayan a la escuela?, ¿qué hacen ahí?, ¿aprenden a vivir, a hacer duelos, a relacionarse con sabiduría con los demás y con la sociedad? ¿Qué significa para nosotros participar en la educación de nuestros hijos?, ¿conocemos los planes y programas que trabajan en las aulas y de las actividades fuera de ellas en las que dedican la mayoría de su tiempo?, ¿tenemos conversaciones con nuestros jóvenes y niños y los escuchamos en ellas?. Son preguntas de las que tenemos una respuesta integral y conciente. Si bien queremos que nuestros hijos tengan educación de calidad nos faltan herramientas, tiempo y energías.
Elisabet Juanola