Vivimos en una sociedad que nos obliga a llevar un ritmo tan frenético que estamos sumergidos en una riada que nos arrastra con fuerza. Vamos llenos de trabajos, de quehaceres, de diligencias, de compromisos. Si de algo se queja la gente de este comienzo de siglo es de falta de tiempo. Pero, por otro lado, tenemos una grave incongruencia, porque con este modo de funcionar, vivimos con la sensación de que perdemos mucho tiempo. Al llegar la noche sentimos que pasamos tan deprisa por la vida, que no vimos ni nos dimos cuenta de nada, que no disfrutamos de casi nada.
Además, nos percatamos de que, unos a otros, nos hacemos perder el tiempo con preguntas inútiles, encuentros vanos, criticando y, por si fuera poco, los medios de comunicación y las redes sociales nos inculcan que si no estamos al tanto de todo lo que pasa iremos perdidos por la vida.
Necesitamos recuperar la serenidad, la paz, para vivir con gozo lo que somos, sentir lo que vivimos, que el tiempo “gastado” nos aporta alegría, felicidad. Llenar de sentido nuestro tiempo es llenar la vida de contenido. Necesitamos tiempo de estar solos y tiempo para estar con los amigos y compartir nuestras vivencias con las personas que más queremos. De estos tiempos, surgirá el tiempo para trabajar en tantas y tantas cosas. Pero debemos hacer hincapié en los dos primeros. Si ponemos hincapié en las cosas que hay que hacer, nunca nos quedará tiempo para los amigos, para los demás, para estar en paz y alegría.
Mucha gente cuando les proponen una cosa, se excusa diciendo: «No tengo tiempo». Y esta sensación de no tener tiempo no deja de ser una contradicción, porque si algo somos los seres humanos es tiempo. Es tonto quejarse: ¡no tengo tiempo! Es tan tonto como si un pez sumergido dijera que no tiene agua. Somos tiempo y estamos sumergidos en el tiempo, y podríamos decir que lo único que poseemos las personas es tiempo. Este es el capital inicial que todos tenemos y que nos constituye como seres humanos.
Otra cosa muy distinta es cómo administramos este tiempo. Si lo administro bien, todas las cosas se resitúan como por arte de magia. De nada me sirve tener muchos amigos, ocupaciones, escribir e-mails, whatsapps, etc., si no administro bien mi tiempo. Y si uno se detiene a pensar, se da cuenta que las actividades, las ocupaciones, los mismos amigos, los whatsapps son los mismos que decimos que nos roban el tiempo. Es como un callejón sin salida: ¡quieres tener tiempo para poder estar más tiempo con aquellas cosas y personas que dices que te roban el tiempo!
Si queremos disfrutar del tiempo y no tener la sensación de que se nos escapa, ante todo, hay que crear un espacio y un tiempo para ordenar el propio tiempo, como repetía a menudo Alfredo Rubio. «Un tiempo para cada cosa o acción, y cada cosa o acción a su tiempo «. Sólo de esta manera tendremos un tiempo para cada actividad y cada actividad tendrá su tiempo, y, por encima de todo, disfrutaremos del tiempo y perderemos esta falsa sensación de que no tenemos tiempo para disfrutar de las cosas y de la vida.
Todo esto nos conduce a otro de los males de nuestra sociedad: no saber disfrutar de nada y siempre tener la sensación de que hacemos algo malo por el hecho de disfrutar de las cosas.
Desde esta perspectiva se tiene la sensación de que cuando habitualmente tenemos tiempo, se piensa que esto es perder el tiempo. Es pensar que sólo viviendo al límite podremos premiarnos con un rato de no hacer nada. Y, ¿qué quiere decir “no hacer nada”?, porque siempre estamos haciendo algo: dormir, comer, pasear, descansar… Lo que ocurre es que no nos permitimos un espacio de disfrute, sin añadirle una dosis de sufrimiento innecesario. Tenemos una sociedad en la que somos importantes cuando podemos decir que estamos ocupados, que no tenemos tiempo y es un drama decir que no hago nada, que me sobra tiempo. O es un drama o una envidia, porque esto se supone que sólo lo hace la gente rica y, por tanto, aspiramos a ser ricos para tener tiempo libre. Otra de nuestras contradicciones.
Una sociedad se empobrece cuando no tiene tiempo para dar, para compartir. Entramos en crisis social y económica, no sólo cuando se empobrecen los bolsillos, sino cuando perdemos capacidad de altruismo, de generosidad y de solidaridad, cuando no hay tiempo para la gratuidad. La compasión o el amor gratuito, deben ser la brújula que nortea nuestro tiempo, que orienta la voluntad, para hacer de nuestra vida un tiempo que no espera nada a cambio y que no se mueva por la recompensa a recibir. Nuestra riqueza es que somos tiempo, y como tenemos el que queremos, podemos hacer de él nuestra verdadera donación. Uno aprende con el paso de los años, que el tiempo que guardó, realmente lo perdió y que el tiempo que donó, es el que realmente ganó.
Es urgente que sepamos liberar el tiempo de falsas ocupaciones, de tecnologías que nos absorben, de frivolidades, y vivir con toda intensidad, gozar de cada momento, de lo que somos y abrirnos a toda la realidad que nos rodea y que desde siempre nos ha sido regalada.
Jordi Cussó