Los europeos andamos hoy como pasmados, perplejos. Deseábamos ser por fin algo unido, para superar siglos de guerras intestinas, que hoy vemos anacrónicas cuando el mundo se hace aldea, por las comunicaciones, los «mass media», la informática, la ecología y la contrapartida de la peligrosidad global de los armamentos. La desestabilización de Yugoslavia –donde se produjo la chispa de la Primera Guerra Mundial– y la caja de sorpresas  de la URSS, ponen en peligro nuestros sueños.

Los gobernantes parece que no saben todo a tiempo para prevenir ni encauzar los acontecimientos. Siempre el ser humano es aún bastante imprevisible.

Los ciudadanos de a pie, al parecer, aún podemos hacer menos. Sin embargo… todos estamos llamados a poner nuestro generoso esfuerzo en conseguir que haya paz.

Todos los europeos, del Este y del Oeste, de menos de 50 años –que deben ser la mayoría– es sensato que vean la evidencia de que no existirían sin la última Guerra Mundial. Sin ella, todo habría sido diferente en el transcurrir de los días. Los que murieron en esa horrible hecatombe, se habrían casado y habrían poblado Europa de «otros» europeos. Para los que sobrevivieron, sus vidas habrían tenido un curso distinto y habrían ido engendrando igualmente «otros» hijos. ¡Qué poquísimos europeos de 50 años para abajo existirían hoy sin aquel horrible suceso! Y precisamente porque no existíamos, no tenemos culpa alguna de lo que ocurrió.

Me contaba un amigo agricultor que hacía tiempo una riada le destrozó los sembrados, le cuarteó su casa. Fue un gran mal, que mucho le entristeció. Pero hubo una cosa buena de la que sí se alegraba. Y era que las aguas habían dejado en sus campos una gran capa de limo que los hacía más ubérrimos. En adelante cabía, pues, alegrarse de esa única consecuencia buena de aquel gran mal. ¡Claro que lo que pasó no podía ya evitarlo, pero deseaba que no se repitiera! Habían construido diques precisamente para evitarlo.

Pues bien, todos los contemporáneos mediosigleros que existimos hoy en Europa somos para nosotros mismos ese fruto bueno de aquella riada bélica. No la podemos evitar –ya pasó– y debemos por todos los medios evitar otra –la Europa unida es un intento. Pero seamos, repito, conscientes de que nosotros no tenemos culpa de lo que pasó (no existíamos), y que somos ese punto bueno –quizás el único importante– de aquello. ¿Por qué no somos de una vez amigos y trabajamos juntos –con la alegría de existir– para un mundo más pacífico, más desarrollado y más bello?

Contribuyamos a que las instituciones –estados, ejércitos, partidos políticos– que traspasan en vertical el tiempo, se pidan perdón mutuamente, se resarzan de daños causados y así puedan colaborar todos también a la paz. Entre tanto lo hacen, nosotros los contemporáneos empecemos por darnos gozosamente, en medio de la existencia, un abrazo, un gran abrazo.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
El Diario de Ávila, octubre de 1991
Courrier Français, diciembre 1991

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