¡Qué difícil es encontrar unos padres que realmente se amen! Tantos motivos tiene la gente para casarse que no son amor; en tantas ocasiones, la sociedad y las familias de las que se proviene, buscan sus propios intereses y presionan e influyen sobre un joven matrimonio entorpeciendo su desarrollo; en la misma vida de los matrimonios, buscando (¿) que éstos perduren, se ha establecido dominio de alguno de ellos sobre el otro, con sus correspondientes desavenencias; se ha producido también la reacción, a veces exagerada, del feminismo; las exigencias del trabajo de cada uno limitan y dificultan la convivencia… ¡Qué pocas parejas habrá en el mundo que se amen en plenitud, con equilibrio, con libertad!

Los hijos(as) son fruto de la mamá y el papá. Cuánto repercutirá, pues, en ese fruto de ambos si éstos no se aman, o tanto cuanto no se aman. La mayoría de adultos estamos algo esquizofrénicos, divididos. Quizá, por ello, se está produciendo como un cierto «renuevo selvático» en una sociedad que posee siglos y milenios de civilización. Es como un extenso terremoto de dolor, pues nosotros los hijos ¡somos de los dos! Hay tensión entre los componentes más íntimos de nosotros, como un óntico RH negativo. Terremoto que nos pone ante los ojos una nube que impide percibir nuestro origen trascendente. Y quizá por eso, muchos no ven la evidencia del gozo que significa existir.

También ocurre que una gran parte de divorciados no se han amado nunca, o su amor se ha estropeado o fenecido. De hecho, en la mayoría de esos casos, se establece una competitividad, una lucha de los padres por la potestad sobre los hijos, queriendo ganárselos con regalos, estratagemas, captaciones, etc., con los consiguientes sufrimientos y deformaciones de éstos. En algunos matrimonios también se da esta misma rivalidad, signo de que no se aman plenamente.

Para una procreación responsable, antes de existir nuevas personas se ha de mirar si están bien atendidos quienes ya existen. En la posdata de la «Carta de la Paz, dirigida a la ONU», se dice a los gobernantes, que la prosecución del bien de los presentes ha de ser el norte principal de las decisiones que ellos tomen. Y para las parejas, ¿cuál es el primer punto para la paternidad/ maternidad responsables?, ¿calcular la economía, la cultura, las dimensiones de la vivienda, la capacidad educacional? ¡No! ¡Que miren si se aman, no pueden ser plenamente responsables si no se aman!

Los psicólogos dicen que muchos hijos están traumados por no sentirse queridos por sus padres. Pero hay algo más profundo: han de saberse de que son frutos del amor. Saber que no somos frutos del amor es la causa profunda de nuestras neurosis; nos sentimos como fruta podrida o borde. Cuando los padres no se aman, ni se amaban cuando lo engendraron, al niño se le han quitado los fundamentos de su ser óntico. Padece un «seísmo óntico». Y un terremoto no deja pensar, quita toda evidencia. Por el contrario, si uno se siente que es fruto de amor, entonces se siente fruta sana y así tiene fuerzas para afrontar la vida. Somos fruto del amor, ése es el cimiento armónico, y para el hijo nada vale que cada uno por separado le amen a él. Para un hijo es más fructífero que los padres se amen entre ellos a que lo amen a él. Y si se amaron cuando lo engendraron y han dejado de amarse, saber al menos que siguen siendo personas cabales y de amor en sus relaciones humanas en general. Lo que es fatal es el desamor constante y sus consecuencias.

Los seres que nacen, presencian un mundo que en gran parte está a bofetadas; los países, el ámbito laboral y público, las familias…, ¡si hasta, muchas veces, cada uno no se ama a sí mismo! Este hachazo óntico, este seísmo en los niños, es también social, porque el ser humano lo es. También es producido por el desamor de la sociedad en general, de la cual nuestros padres son puntas de flechas cercanas. Y tiene también repercusiones sociales, como todo lo individual.

Hay, pues, que educar a los niños, primero que todo, para que sepan amar. Es lo más necesario; lo contrario genera tantos jóvenes desagarrados, descontentos, apáticos, perezosos, etc. Y el amor requiere libertad. ¡Si la gente viera en su casa un fomento de la libertad responsable! Una familia buena (lugar de crecimiento responsable de los hijos) puede compararse a un restaurante en que sólo hay amor; si usted quiere otra cosa, vaya a otro lugar, pero aquí sólo hay amor. Aquí se respeta y se quiere siempre la libertad. Como dice la mencionada «Carta de la Paz» en su punto VII: «Siempre que coartemos la libertad de alguien… estaremos impidiendo que esta persona pueda amarnos».

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
Revista RE, Época 5, Nº 43, octubre de 1998

Comparte esta publicación

Deja un comentario