¡Julio! ¡Agosto! Vacaciones. Turismo. Turistas…

El nombre de esos meses nos flamea en el alma con unas banderas enhiestas llenas de sol.

Muchas personas y organizaciones se preocupan de organizar estos espacios libres de asueto en el quehacer humano: compañías aéreas y de toda clase de transportes, agencias de viajes, las cadenas hoteleras y de camping, ejecutivos de urbanizaciones, el mundo del Deporte especialmente el marítimo, etc.

Hasta las Iglesias preparan su acogida con cultos en diversas lenguas e inventando servicios útiles para los masivos veraneantes de aquende y allende las fronteras.

Se comprende que, junto a determinados sectores del Estado, también la Conferencia Episcopal Española, a través de su Comisión dedicada al «Turismo y Tiempo Libre», organice Sesiones de Trabajo, Jornadas, Congresos para tomar conciencia del problema y proyectar soluciones adecuadas a la complejísima maraña de tantos aspectos relacionados con el tema.

Quedaron atrás las visiones negativas o excesivamente centradas en las posibles transgresiones éticas que el turistear comporta a veces y que tanto preocupaban a moralistas e incluso al Estado. Nunca serán tan graves estas debilidades como lo son las mismas ambiciones políticas, los negocios del armamentismo o las injusticias sociales, que se dan posiblemente más agudas en otros sectores laborales que en éste del turismo, aunque también las haya.

Me decía un ex-minero que en el Hotel donde ahora trabajaba sentía más o menos las mismas injusticias que antes pero, al menos, estaba en un lugar más bello, lleno de luz, reinando mejor humor y con un paisaje humano variopinto y divertido.

La Iglesia ahora, en cambio, se preocupa más de cómo orientar amorosa y provechosamente la «Civilización del ocio» que se nos viene encima. La mecanización y robotización de las empresas, toda la cibernética aplicada a simplificar –y mejorar– su administración y funcionamiento, hacen que el hombre quede liberado de muchos trabajos de todo tipo y, por ende, le queden muchas más horas y días de libre albedrío.

Si las personas no están preparadas para saberlo aprovechar y gozar, tendrán el peligro bien cercano, de despeñarse por el aburrimiento, acciones viciosas –alcohol, drogas, libertinaje, delincuencia, juegos de azar… – o, aunque parezca mentira, lo que aún es peor: la desesperanza.

Urge, por humanismo y por amor a los compañeros del existir sobre la tierra, salir al paso ofreciendo soluciones y alternativas válidas para ese ociar, verbo antes inusual en nuestro léxico y que ahora cobra carta de naturaleza nueva, como nuevo es este progresivo fenómeno masivo.

Ofrecer y despertar apetencias novedosas para el cuidado de nuestro ser humano: deportes, higiene mental, desarrollo de nuestras capacidades, arte, estudios…, y todo ello de un modo asequible a cada individuo y a cualquier edad. Puede ser ésta una gran y hermosa tarea de servicio a la sociedad que logre hacer al hombre más feliz. Pero se precisa también, para alcanzar esta meta, un mejoramiento de cada hombre en sí y de las propias instituciones.

Aquella Comisión Episcopal de Turismo, que se ha colocado desde hace tiempo en la vanguardia de estas preocupaciones, ha organizado recientemente, en Almería, sus XII Jornadas de Estudios sobre esta temática. Personas tan doctas en la materia como Joan Celda, Vicente Sastre –eminente sociólogo–, Ignacio Arrillaga –un experto expertísimo- y muchos otros, hicieron muy válidas aportaciones, abriendo además lúcidas perspectivas.

De entre lo mucho dicho entonces, sólo voy, en este breve artículo, a destacar un aspecto.

Hay un ociar normal y libre, pero hay otro, forzado, que es el paro, fenómeno que todo el mundo sabe –aunque no se diga– que irá en aumento irreversiblemente, dada aquella automatización del trabajo. ¡Un solo robot hace a veces el trabajo de 16 operarios! y además sin fallos humanos, sin plantear reivindicaciones sociales ni necesitar costosos seguros de enfermedad o practicar ausencias laborales.

Ocio forzado de muchos que, por no ser ni libre ni deseado, puede conducir aún más fácilmente a todo tipo de evasión peligrosa, irritación social u oscuro desespero y, sin embargo, ¡qué masa de ociosos tan espléndida para ser rescatada de su estéril inactividad!

Sí; tenemos ya ahí, a la puerta, un gran conjunto de seres humanos a los que la sociedad, de un modo u otro, debe solucionar sus necesidades económicas (ya que estas personas existen sin haber pedido ni exigido nacer). La Sociedad también puede ayudarles, al menos, a que ellos con imaginación y empuje, encuentren nuevas fuentes económicas válidas. Y supuesto lo anterior, convocarles con alegre atractivo –ya que no tienen otra cosa mejor que hacer ni pueden– a que salten desde su aburrida y peligrosa inactividad, a que abran cauces nuevos a la naciente situación de la sociedad que imparablemente nos adviene. Y seguro que ellos mismos serán capaces de encontrar perspectivas para nosotros (aún ni entrevistas), a este inusitado modo, hasta ahora, de estar el hombre en medio del mundo, más señor de sí mismo, menos esclavo para ganarse el pan. Y así, con mayor sosiego, paz y complacencia, ser todos más íntimamente solidarios y amigos. Convertirnos en buscadores, en cada ser, en cada cosa, de la luminosidad recóndita.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
Diario de Sabadell, julio de 1984
Los Sitos, julio de 1984
Diari de Girona, julio de 1984
La Montaña de San José, julio de 1985

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