Dedicamos, gozosamente, estas Jornadas a China, porque hoy es interesante y apasionante acercar nuestra inteligencia a ese gigantesco País, el más poblado del mundo. Nos atrae porque allí está una gran parte de la humanidad. De nuestros hermanos hombres.
Podría alguien creer que lo que nos interesa es conocer la China del «Último Emperador» o la de la «Larga Marcha» de Chiang Kai Check y Mao, la división entre ellos, la revolución cultural y los nuevos horizontes –Perestroika «avant la lettre»– de los gobernantes actuales.
Todo esto es, ciertamente interesante –muy interesante– pero en estas Jornadas el objetivo es más amplio y más simple a la vez. Nada de los acontecimientos chinos antedichos se entendería si no conocemos la «China de siempre», tan vasta y tan honda y continuamente tan sorpresiva con sus riquezas arqueológicas que se descubren. Nada de lo indicado se explicaría sin una aproximación al alma china, al modo de sentir, de mirar el mundo, de cada uno de los chinos antes, ahora y después.
Por esto decimos que lo anhelado en el trabajo de estos días es amplio –¡la China de todos los tiempos traída a la casa diminuta de nuestro corazón! – y a la vez más simple, porque se trata de captar el «alma china» y esa sí que cabe –aunque sea más inaprensible– en esa casa pequeña, viva, que late amiga, en el centro cordial de nuestro interior.
Los Ponentes nos hablarán de Política, Sociología; de razones, objetivos y deseos de sus gobernantes hodiernos; de cómo la Cultura Occidental puede aproximarse –y de hecho lo ha realizado– a ese País enorme que guarda amoroso una quinta parte de la Humanidad. Nos hablarán de la Economía, del Comercio. Un periodista experto también nos dará su visión: la comunicología lograda.
Todo ello será como el haz de colores de un arco iris. Ojalá señal efectiva de paz y amistad festiva. Pero, aún más allá de todo ello –resumen y sublimación a la vez–, sepamos hallar la luz blanca, esplendorosa de la comunidad de espíritu –todos, chinos y nosotros, somos seres humanos– que nos envuelva para sentirnos juntos, compenetrados sin barreras, en lo que es la vida y lo que es la muerte. Y la esperanza.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicado en:
Revista RE Nº IX, noviembre de 1988.
El Eco de Sitges, noviembre de 1988.