¡Qué gran problema es el de tener hijos disminuidos! Los hay de muchos tipos: físicos, sin ninguna tara intelectual (como los espásticos, por ejemplo); los disminuidos mentales, o de voluntad débil; los rebeldes sin causa, etc.

Cuando unos padres tienen hijos fuertes e inteligentes, la sociedad se los disputa para que sean unos grandes deportistas o unos grandes técnicos o sabios, y se les ayuda de mil maneras (becas, universidades, etc.).

Pero ¡qué solos se quedan los padres con hijos deficientes! ¡Qué pequeñas las ayudas, la solidaridad de la sociedad, la cooperación de los mismos gobiernos!

Todo el mundo habla hoy de la necesidad de paternidad responsable. Ésta no debe comportar sólo que los padres se quieran sinceramente, y que puedan dar así a sus hijos el buen ejemplo del amor. Que tengan unas condiciones sociales y económicas para hacer frente al crecimiento y a la educación adecuada de sus hijos. Los padres deben estar, además, contentos de existir y de vivir en este mundo; porque, de no ser así, ¡cómo pueden engendrar gente bienquerida en esta tierra que ellos pueden incluso no aceptar! Deben de hacer frente, con paz y con alegría, a las propias limitaciones, como la muerte, algo intrínseco a nuestra condición humana, porque si no la aceptan, ¡cómo se pueden atrever a engendrar seres que ellos amarán, cuando esto quiere decir también condenarlos a morir!

Igualmente, la paternidad responsable debe estar dispuesta a aceptar, al engendrar un hijo, la eventualidad de que pueda ser un hijo disminuido de alguna manera, y a afrontar con coraje, e incluso con alegría, el hecho de ser responsables de este nuevo ser, y de garantizarle un mínimo de dignidad humana, hasta que se muera, quizás más allá de la muerte de los padres.

También estos hijos tienen derecho a existir y a tener la máxima dignidad humana posible, sin que la sociedad recurra a su aborto a causa de estas limitaciones más acusadas.

Preguntamos a los ponentes:

* ¿Qué se podría hacer para que nuestra sociedad valore la heroicidad y el sacrificio de estas familias a quienes ha «tocado» esta pesada suerte?

* ¿De qué manera el gobierno puede hacerse solidario y ayudar a estas familias, del mismo modo que se aprovecha —por el bien común, claro está— de aquellos hijos «normales» o superdotados?

* ¿Cómo se podría hacer una buena preparación psicológica y pedagógica de estos padres?

* ¿Cómo se puede formar a las parejas que quieren ser padres responsables, para que también acepten esta posibilidad?

* No es fácil marcar la frontera entre un hijo normal o un hijo rebelde, que rehúsa el don de la existencia que él no ha pedido y de la cual hace totalmente responsables a los padres, y por eso les exige que lo mantengan, que le den lo que él quiere, sin aportar ningún esfuerzo, ni por el bien social de los demás ni por su propio bien.

* ¿Cómo enseñar a los padres a mostrar su entusiasmo por el tesoro de existir y de vivir trabajando, mejorando tanto como se pueda el mundo en el cual vivimos, y así despertar en los hijos el entusiasmo de ajardinar el mundo, despertándoles del «no estar ni ahí» pasivo?

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
Revista RE, Época 4, Nº 38, Julio de 1996.
Propuesta del coloquio de la VIII Cena Hora Austral, realizada en Chile.

 

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