Recientemente, hemos estado leyendo los «éxitos» de muchas famosas subastas internacionales de Arte. Cuadros de Van Gogh, Picasso y otros, se han vendido por miles de millones de pesetas. ¡Qué irrisión! El pobre Van Gogh –como tantos otros artistas– se moría de hambre. En toda su vida, sólo logró vender dos de sus pinturas: una a un hermano suyo y otra a su médico y creo recordar, de su biografía, que no pudo cobrar más que una de esas ventas. ¿La de su médico siquiatra? ¿La de su hermano?

No tenía éxitos porque los sesudos críticos de Arte, de su tiempo, no veían en su estilo de pintar nada digno de atención especial, más bien lo contrario. ¡Y ahora, sólo uno de sus cuadros de flores ha sido comprado por más de seis mil millones de pesetas!

Desde el Cielo, supongo que Van Gogh está en el Cielo por la misericordia de Dios a pesar de que se suicidó, pues con tanta hambre y menosprecio, no estaba al final de su vida muy bien de la sesera. Y desde el cielo se estará riendo de la cretinez de aquellos contemporáneos suyos «especialistas en arte» que se creían dioses, marcando cánones o haciendo dogmáticas escalas de valores estéticos. Quizá también se ría de los críticos de hoy, marchantes, etc., que tanto especulan y se enriquecen con sus tan traídos y llevados cuadros. Él creía firmemente que era un buen pintor que alumbraba maneras y caminos nuevos en este milenario arte plástico. Por eso siguió pintando a pesar de que nadie le comprendiera ni valorara. ¡Qué suerte para nosotros que al menos él tuviera fe en sí mismo! Pero tampoco se le pasó por la cabeza (ni ahora desde el Cielo verá que sea justo) que una sola tela suya, un simple cañamazo pinturado, valga más que el trabajo serio de un hombre honrado durante casi ¡4000 años! Por ejemplo, un obrero tejedor o herrero.

¿No se estarán pasando los críticos de hoy, con su pretendida antimemez frente a los del pasado, al valorar tan descomunalmente esos cuadros antes menospreciados por los contemporáneos de aquel bohemio Van Gogh?

Lo que sí me parece de estos pujadores modernos es que aprecian muy poco el trabajo de un hombre que necesitaría cuatro milenios de sudores, para comprar «Los lirios» cuando un lirio al natural va vestido con más esplendor que cualquier Salomón. ¿No creen ustedes, mis buenos lectores amigos, que eso es una terrible injusticia? ¡Y no es sólo uno, sino muchos los cuadros que alcanzan estas cotas astronómicas, como ya decía al principio de estas irritadas páginas!

¿Tan poco vale el dinero? Pero, en cambio, ¡cuánto se le hace insuficiente a la gente de a pie! Es como si de pronto –al igual que Van Gogh– hubiera enloquecido el mundo del arte. No los cuadros –geniales y bellísimos ciertamente– que contemplan mudos e indiferentes lo que pasa a su alrededor, sino los «cuadreros», los mercanchifles, los sabihondos portavoces, la gente embobalicada. Es como si hubieran caído en un «delirium tremens». Sí, el mundo del arte –tan sin norte hoy por otra parte-, es el que parece haberse vuelto loco y necesitado de una voz sensata que nos vuelva a una escala de valores más justa entre todas las actividades humanas. Por ejemplo, salvar a un hombre de la muerte, ¿no es más hermoso misterio que dar forma a una escultura?

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
La Montaña de San José, mayo-junio de 1990.

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