Una reciente Cena Hora Europea ha seguido un vívido recuerdo y homenaje al ejemplarísimo Dr. Jordi Gol, que nos dejó hace poco, tan repentinamente. Se trató un tema muy entrañablemente suyo. Había escrito en un libro: «hoy no sabemos muy bien qué es ser médico mientras nos vamos volviendo estrictos técnicos y nos olvidamos del hombre». A él, le gustaba definirse «médico de personas».
Hoy está surgiendo el revival del “médico de familia” como un avezado y cordial director de orquesta de este concierto –o desconcierto– de tantos especialistas y especialidades. Se le pide que abarque totalmente al enfermo; que escuche, ausculte, su profundidad humana. Que sea a la vez preventólogo e intensificador de la misma salud; que conozca no sólo al paciente, sino también su entorno.
Y sin escamotearle la muerte. Nuestro amigo ayudaba a aceptarla, «(…) asumir esta condición mortal relativiza todos los problemas. La actitud ante la vida resulta entonces completamente nueva: se juega. Tan aferradamente como jugaría un amateur combatiendo por los colores de su equipo, pero sabiendo que cenará, tanto si gana como si pierde». Al enfermo que le pregunta si su enfermedad es «grave», le explica: «aunque no sea grave la enfermedad que ahora padece, la muerte la tiene segura. Es bueno que empiece a hacerse cargo de esto ahora que puede pensarlo sin traumas»
Y es que, por debajo de los fenómenos meramente psíquicos y somáticos y de sus interrelaciones, hay aún otras corrientes más profundas del ser humano, que son factores etiológicos también de enfermedades. Por ejemplo: una agorafobia óntica a sentirse contingente en medio del universo. Uno “antes no era”: más aún, “podía no haber sido nunca” (por ejemplo, sí sus padres no se hubieran conocido). Y, de uno mismo, se es visiblemente «moridor». Entonces, el yo busca dónde agarrarse. Como el débil que necesita apoyarse contra alguna cosa para no caer, así el yo está muchas veces está “contra todo”, padece un permanente y adolescente “contraísmo”.
Otras veces intenta poner remedio, intrínsecamente, a su precario ser, ensayando algunas posturas:
a) Agrandándose soberbiamente, haciéndose divino gracias a vanas filosofías panteístas, emanantistas, o creyéndose de sí, evieterno, sin posible aniquilamiento.
b) O acumulando bienes o sabidurías como para tener más densidad.
c) O exacerbando el egoísmo para no malgastar con otros nuestra limitada capacidad de amor.
Se podrían añadir muchos otros proclives trastornos del «ser contingente».
El Dr. Jordi Gol, teniendo en cuenta lo que se ha dicho anteriormente, define la salud en el X Congreso de Médicos y Biólogos de Lengua Catalana, «como una realidad dinámica más o menos presente en la vida del hombre según que éste se realice más o menos».
Estas alteraciones que afloran al nivel psicosomático desde lo más profundo, no son objeto de tratamiento por meros psicólogos. Tampoco por «maestros del espíritu» que se sitúan en niveles de sobre-naturaleza basada en teologías y éticas correlativas; cosa legítima, pero que es otra cuestión.
Requieren una tarea «inmanente», propia de una Medicina que, por global, es también «ontológica». Propio es que la cultive, más que nadie, el «médico de personas», el «médico de familia», que conoce mejor que otros aquella hondura y aquel entornos de sus clientes.
Sosegando la plaza mayor del ser, se conseguirá que el sujeto:
a) Acepte por completo su contingencia, hasta el límite de su mortalidad. A nivel de hombres, sólo los que no existen no mueren; y b) que es este ser humano concreto, con todas las consecuencias o, simplemente, «no existiría nunca»
Así, se posibilita la integración de este «con-saberse» que es la médula del yo de las personas. Sobre esta base –sólo es la base, pero necesaria–, el «neomédico de familia» podrá construir, como en terreno firme, todo el resto de su no fácil pero gustoso quehacer médico, tanto sobre el individuo como su primer eslabón social, que es precisamente, de ordinario, la familia.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicado en:
Diario de Sabadell, septiembre de 1986.
Rev. Hospitalaria de Santa Cruz de Tenerife, enero 1990.
Revista RE en castellano Nº 39