El hombre tiene una inevitable, a la vez gratificante, dimensión horizontal o sea, hacia sus contemporáneos la cual puede tener muchos matices: amistad, amor, fraternidad, solidaridad… Pero el ser del hombre también tiene una dimensión vertical. No existiría sin unos padres, sin una historia. Y a la vez, genera hijos e historia hacia el porvenir.

En estas Cenas Hora Hispano-Americana de Trujillo se ha tratado de que, los que ahora vivimos a ambas orillas del Atlántico no tenemos, ciertamente, ninguna culpa –como tampoco ninguna gloria– de lo acaecido –ya sea malo o bueno– durante los siglos desde el llamado Descubrimiento, sencillamente porque no existíamos. Por ello, todo rencor personal entre los contemporáneos posterior es absurdo y vano. Viendo además, que si la historia no hubiera sido como fue, ninguno de los existentes hoy existiríamos, por lo que es mejor que apaciblemente seamos amigos todos, contentos de existir, y trabajemos juntos por un mundo más justo y más hermoso.

Pero en la Cena de hoy, se trata de una nueva cuestión. Aquella «verticalidad» que decíamos al principio. El hombre es capaz de crear instituciones que perduren en la historia, perduran hoy e incluso en el devenir.

Cualquier institución debe tener una finalidad buena y proponer medios igualmente buenos para conseguir ese fin; si una institución no fuera así, no sería digna de existir. Pero las instituciones por óptimas que sean, están llevadas por personas limitadas que no siempre hacen buen uso de esa misma institución. Por ello, los actuales componentes de las mismas, a través de sus legítimos representantes, sí que deben pedir perdón a los componentes de otras instituciones, no de posibles ofensas personales cometidas con ellos hoy, sino en las injurias y daños que los componentes y representantes de aquella institución cometieron, valiéndose de ella, precisamente a los componentes contemporáneos de otras instituciones.

Pongamos un ejemplo preclaro: autorizados componentes de la Iglesia católica condenaron con toda razón a Galileo. Recientemente el Papa, legítimo representante de esa misma Iglesia hoy, convocó a científicos del mundo para pedirles perdón en nombre de la institución que representa. Sin este acto de dimensión histórica y humildad, difícilmente pueden ser amigos los componentes vitales y representantes de las instituciones.

Todo lo dicho apunta a que, los legítimos representantes de muchas instituciones que aun perduran hoy, deberán pedir igualmente perdón de todas las injusticias y tropelías cometidas por nuestros antepasados en el continente americano, que las cometieron en orden y provecho de esas instituciones. Entre ellas está España, el Estado Español, la Corona Española. Un acto de justicia histórica, de cordialidad y de humildad, pidiendo perdón en nombre de la institución quitaría muchas barreras invisibles entre los existentes actuales para una mejor y más fraternal compresión, amistad y acción solidaria en bien de todos y de un futuro que es cada vez más común.

Por supuesto que no debe olvidarse la visión historicista por la cual se enfoca y valora la Historia en su contexto. Así como las angustias y dudas que el propio Emperador Carlos V sentía ya sobre la legitimidad de la conquista y de los continuos esfuerzos suyos de clarificación consultando a los profesores de Salamanca, dando pie nada menos que al nacimiento del derecho internacional.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
Revista RE, tercera etapa, núm. 33, noviembre de 1992.
Propuesta del coloquio de la X Cena Hora Hispano-Americana. Trujillo-México

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