¡Rehacer la libertad!, este título podría dar pie a que los lectores creyeran que el tema que se trata en este número de RE fuera el de recuperar la libertad de las personas tan sojuzgadas y esclavizadas en tantos Estados y lugares del mundo. Ayudar a que haya más democracias y que funcionen mejor, precisamente en defensa de los derechos –y deberes– de los hombres y mujeres, entre los que está, sin duda, su libertad personal.
Ciertamente lo dicho es una gran cuestión vivida en todas partes y de la que se ocupan con esfuerzo y buenas intenciones muchos organismos incluso internacionales, la misma UNESCO, la propia ONU.
Sin embargo, este grito de «rehacer la libertad» que titula este número 41 de RE trata de otro aspecto muy distinto. ¿Cuál?
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La inmensa mayoría de los padres aguardan con expectación y emocionados el nacimiento de un hijo suyo. Es verdad que ellos han sido la causa engendradora de ese nuevo ser. Pero, sin ofender a nadie, se podría decir que lo que los padres han hecho ha sido conectar el interruptor, con lo cual ha pasado la electricidad y se ha encendido espléndidamente una lámpara. Está claro que los padres –como ningún científico todavía hoy– no conocen exactamente la última causa de las causas de la vida. Y ningún padre y tampoco la madre son capaces de saber construir un hueso, un ojo o un cerebro.
Y a pesar de eso, con frecuencia los padres caen en una tentación de demasía cuando, sin darse cuenta plenamente, exclaman: «¡mi hijo!», «¡nuestro hijo!». No: ese niño que nace es «él». No puede ser manipulado ni en el principio ni a lo largo de su educación para que sea lo que los padres quieren, desean o han soñado. Deben tener un respeto total a este nuevo ser que tiene un yo, su idiosincrasia y en el que irá creciendo, en primer lugar, lo que es algo inherente a la persona: su libertad. Y, sucesivamente, desarrollará su inteligencia y su capacidad de amor. Este niño, por supuesto, no es un dios y, más aún que en otras especies, está muy indefenso y muy necesitado de la ayuda del exterior; hay que amamantarlo, hay que limpiarlo, hay que enseñarle a hablar.
Él tiene el gran tesoro de ¡existir en medio del universo! Existir siendo una persona humana y teniendo como si fuera una excelente tarta con tres velas, una de las cuales ya está encendida: su libertad, tal como se representa con expresiva fotografía en la portada de este número de RE. Desde que nace, mueve sus manos, sus pies, se gira en la cuna, sonríe ante una caricia, llora si tiene hambre o sueño… Ciertamente todavía no tiene encendida su vela de pensar racionalmente. Eso vendrá después. Pero, ¡ay!, qué responsabilidad la de los padres, los custodiadores y hasta de los encargados de guarderías, de no retorcer, agrietar o semiapagar la vela de la libertad en vez de cuidarla con todo mimo para que se conserve siempre en su plena esencia. Tenemos la responsabilidad y co-responsabilidad de nunca manipular la libertad de los hijos según nuestros prejuicios e ideologías o por meros deseos y gustos propios.
Sin embargo, por toda la educación recibida, por los mismos padres, a causa del ambiente tan dominante y cuántas veces esclavizante, qué frecuente es agrietar, torcer y hacer mortecina la luz de esa primera vela que es la de la libertad, la cual es el don originante de la futura sabiduría y amor de este nuevo ser existente.
Sin necesidad de querer cada uno hacer su psicoanálisis sobre su propia infancia, es patente constatar cuánto ha sufrido la educación –¿educación?– de «nuestra libertad».
Las consecuencias de estos retorcimientos tan antipedagógicos de la libertad llevan más tarde a los grandes motivos de conflictos en las familias, en la sociedad, llegando incluso a las guerras.
Ciertamente, hay que descubrir una pedagogía bien centrada antropológicamente sobre el correcto desarrollo de la libertad de los niños. Pero, ¿por dónde se comienza? ¿No habrá que empezar por ayudar a las parejas, a los padres en ciernes, a que puedan ser educadores de una nueva manera, en un punto tan importante? ¿Incidir también en la sociedad para que contribuya a ello? Y lo mejor, como es lógico, es que estas parejas que citamos: ¡restauren debidamente en sí mismas su tan maltrecha libertad!
De ahí el título de la editorial.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicado en:
Revista RE, Época 4, Nº 41, en diciembre de 1997.
Fue escrito por el autor poco antes de morir, en mayo de 1996.