Cada año, afortunadamente, después de bregar todos en la vida durante meses, hay una Pascua.

Vano sería nuestro cristianismo –como dice San Pablo– si Cristo no hubiera resucitado. ¡Pero resucitó! Y está gloriosamente presente entre nosotros para siempre.

Muchos fieles rezan al llegar la Cuaresma, en memoria del Viernes Santo, el «Vía Crucis». Es un acompañar con dolor y ternura a Jesús, camino del Calvario. «Catorce Estaciones» –es decir, catorce estaciones en que uno se detiene– para repensar los acontecimientos, trágicos y al mismo tiempo sublimes y salvadores, que le ocurren a Jesús desde la condena a muerte hasta su reposo en el Sepulcro, después del último aliento en la Cruz. ¡Hermosa devoción tan fructífera para los cristianos!

Camino que no acabará hasta el acabar de los siglos. Pero es justo y necesario al seguir este itinerario de Cristo, ver que no termina en el Sepulcro. Que sigue en la Resurrección hasta la Ascensión, desde donde continuará de mano de la Iglesia el caminar y también la Gloria de los creyentes. Esta andadura por el mundo, arranca en efecto del Pentecostés presidido por María, figura de la Iglesia, ¡María, llama viva de Fe, siempre clara esperanza y pleno amor!

Llegado ahora el tiempo Pascual, giremos la primera página de esta «Hoja», y recorramos lo que ya muchos llaman el «Camino de la Alegría» porque Jesús Resucitado es anticipo seguro de nuestra resurrección. Gocemos junto a Él, llenos del Espíritu Santo, estos vislumbres de la definitiva Casa de Dios Padre, que abarca todo Bien.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
Nuestra Señora de la Claraesperanza.
Hoja de América, nº 3.
Montaña de San José, abril de 1991

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