Los pueblos, las naciones, consideran que los que forman los pueblos vecinos –o también lejanos– son herederos de lo que hicieron sus antepasados y que repercute a veces dolorosamente en las condiciones del presente. Se magnifican las culpas que se les hace heredar a los hijos de los antiguos enemigos.
Desde pequeños, al estudiar la historia –¡tan manipulada su enseñanza!– se nos inculca un recelo y quién sabe si un odio a nuestros contemporáneos de esas naciones. Esto impide una posible y serena colaboración y amistad con ellos.
Por otra parte, en nuestro subconsciente al menos, creemos que aunque la historia hubiera sido diferente, cada uno de nosotros habría nacido igualmente. Frente a este maremágnum de confusiones conviene señalar, para servir a la paz, unas cuantas «evidencias».
Los presentes no somos responsables de lo que pasó en la historia, sencillamente porque no existíamos.
Ni siquiera existíamos en germen en nuestro padre o madre, pues hasta que no se unieron sus gametos, no empezamos a existir. Somos sujetos nuevos, libres de culpas personales. Por supuesto también de vanaglorias por lo glorioso que haya habido en la historia.
Lo mismo ocurre con nuestros contemporáneos de las naciones que hayan podido ser, antes de nacer nosotros, enemigas de las nuestras. Ellos tampoco son, pues, responsables. Más aun, no podemos estar enfadados de que la historia no haya sido perfecta, ya que gracias a que ha sido como ha sido, existimos. Si la historia hubiera sido distinta, en la actualidad acaso habría unas circunstancias más equilibradas y gratificantes. Pero, al ser distinta la historia, todo habría sido diferente: los encuentros, los enamoramientos, matrimonios; ahora en todas partes existirían otras personas, pero ninguno de nosotros ni ninguno de nuestros contemporáneos.
Así pues, la historia, con todo lo malo y lo bueno que tuvo, ha sido la causa precisa para que existiéramos hoy los que existimos. No que lo malo no fuera malo y censurable, pero el conjunto global de todo para nosotros es un bien existencial pues ha posibilitado nuestra única posibilidad de existir. No éramos «dioses necesarios». No existíamos. Y podíamos no haber existido, para lo cual basta que las circunstancias hubieran sido algo diferentes. Si nuestros respectivos padres no se hubieran conocido, no existiríamos nunca jamás.
Los contemporáneos podemos ser mutuamente amigos y alegrarnos de la historia universal, que no es precisamente alabarla, pues sólo así hemos podido estar en este mundo y sin remordimientos ni resentimientos, que son absurdos porque nadie de los presentes tiene culpas del pasado, disponemos de todas nuestras fuerzas para mejorar el presente, camino del futuro.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicado en:
La Noticia de El Salvador, agosto de 1991.