Mayo es el mes del trabajo y con esa fiesta del día primero dedicado a él.
El trabajo ha tenido desde siglos, junto a algunos elogios, «mala prensa» en general: es una carga, una maldición, cosa de esclavos o de gente poco cultivada. En el mejor de los casos un deber del hombre que hay que cumplir. Para ejercitar el cuerpo las clases elevadas hacían deportes, torneos… Ya en la antigua Grecia, los libres, Olimpiadas.
Aunque se hable del Derecho al Trabajo, se trata fundamentalmente de un derecho para hacerse con lo necesario para subsistir. Hasta la centuria pasada no cundió tratar el trabajo como elemento de la dignidad humana para la propia y adecuada realización.
En esta perspectiva de la irrupción del trabajo en el horizonte de la plenitud personalista, queda mucho por hacer. Hay que rescatarlo y asumirlo del todo, incluso como una de las más placenteras pulsiones del hombre.
En nuestro mundo occidental donde la Biblia ha influido tanto, para los lectores del Génesis, el trabajo parece tener una connotación de castigo y a la vez penitencial; pero se dice en el Nuevo Testamento que todo ha quedado redimido. El trabajar, pues, según el Cristianismo ya no debe ser maldición ni castigo. Tampoco un escueto y duro deber calvinista. Ni para nadie una mera glorificación por revanchismo social.
El objetivo del ser humano es el vivir –el convivir– en alegría, libertad, mutua comprensión y amistad. Es vivir en fiesta.
El trabajar es, precisamente, la preparación –próxima o remota– de la fiesta. Por eso, él participa ya de la exultación siempre con sorpresas, de la misma.
El trabajo sirve, con la investigación y la técnica, para ajardinar el mundo, para ir actualizando y para ir potenciando la obra de la naturaleza.
Trabajar es el solar donde puede adecuarse y expandirse nuestra afición, nuestros gustos, preferencias e inclinaciones.
Por el trabajo se tiene el goce de poder saciar las necesidades y los sueños.
Y se trabaja no sólo en soledad sinó las más de las veces en compañía. Es una ocasión maravillosa y sorprendente de cultivar y saborear nuestra esencial sociabilidad.
Hemos de hacer del trabajo, también una fiesta. Quitemos de él durezas inútiles, riesgos evitables. Embellezcamos el ámbito de nuestro quehacer, no sólo el área de nuestro hogar: provocamos sino una esquizofrenia existencial. La ingeniería, la decoración, el arte, tienen mucho que ver y decir en este ayudar al trabajo para hacerlo más seguro y más fiesta, aún en las tareas y lugares más arduos. Asimismo, en los vestuarios, duchas, aseos, comedores, cantinas, etc. debería resplandecer la higiene y toda una preclara valoración del cuerpo humano.
La vida es actuación: de nuestras células, de nuestro metabolismo y latido del corazón; de nuestro pensar y de nuestro hacer. En todo, en el fondo está el trabajo. Trabajar, pues, es vivir. Y existir, vivir, es fiesta.
Hay que reunir amor y trabajo. Es decir, no sólo amor al trabajo, sino que trabajar es admirar el mundo, acariciar las cosas, amar a todos.
Artículo redactado para el Ámbito de Investigación y Difusión María Corral.
Alfredo Rubio de Castarlenas