Los jóvenes, la gente, cuando llegan a la Universidad son, en general, individuos con su personalidad ya muy estructurada. La Universidad, para que pueda dar lo que le es propio, parece que desearía que la formación recibida por sus nuevos alumnos se basara en la sorpresa de existir en medio del Universo. Una gran sorpresa al ver que cualquier cosa que hubiese sido diferente antes del engendramiento, hubiese hecho que el acontecer fuera distinto y nosotros no existiríamos nunca más. Y también se desearía que se basara en la alegría –además de la sorpresa– precisamente de existir, ya que podríamos no haber sido. Alegría de ser como somos –con la posibilidad de mejorar– porque somos como somos, o no existiríamos. Incluso con nuestro típico límite de mortales, ya que sólo los que no existen no mueren.

Una sorpresa y un gozo que son el fuerte motor para sentir una inmensa curiosidad y deseo de aprender ciencias, para poder ajardinar el mundo, con un amplio sentido de solidaridad humana.

Una sorpresa y un gozo que nos hacen mirar la historia positivamente, hasta en sus dolorosas consecuencias presentes. Porque si la historia no hubiese sido como ha sido, ahora habría otra gente en el mundo, pero nosotros no. Por otro lado, no hemos de tener remordimiento por lo que nuestros antepasados hicieron, porque no somos culpables, ya que entonces no existíamos. Tampoco debemos tener resentimientos contra los demás, que tampoco tienen la culpa de lo que hicieron sus antepasados contra los nuestros.

De la misma manera, no debemos tener vanidad de los hechos buenos de la Historia, pues los que vivimos el presente tampoco intervenimos en ellos.

La Universidad debe estar a la altura de las circunstancias y tiene que hacer del alumno un hombre nuevo, liberado del peso ahogador de la Historia; pero sabiendo coger todo lo bueno de las experiencias, de los descubrimientos del pasado para ponerlo solidariamente al servicio del bien común, a la vez que personal, de los contemporáneos. La Universidad tiene que contemplar en sus alumnos, pues, esta maravillosa tradición de saber humano, y abrirles, además, a los muchos horizontes de los que el hombre puede aún descubrir y elaborar, haciéndoles sentir así estos deseos renovados de ajardinar el mundo para el bien de todos.

La Universidad, con sus ciencias y su humanismo, tiene que ayudar a que el mundo esté más en paz y más en fiesta. Tiene que evitar ser manipulada y prostituida al servicio de los intereses mezquinos o que contradigan su iluminadora «universalidad», que abarca no sólo los saberes, sino también el beneficio de todos los seres humanos. Ojalá que Universidad y Sociedad sean ambas realidades una unidad armoniosa y fecunda.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
Diario de Ávila, mayo de 1986.
El Adelanto de Salamanca, mayo de 1986.
Diario de Sabadell, junio de 1986.
Catalunya Cristiana, junio de 1986.
Ausona, junio de 1986.
Diario de Terrassa, junio de 1986.
La Crónica de Mataro, junio de 1986.
Canfali, julio de 1986.
Eco del Cidacos, julio de 1986.
Plaça Gran, julio de 1986.
La Montaña de San José, septiembre de 1986.
L’Emporda, septiembre de 1986.

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