La conmemoración del V Centenario ha de ser una aportación a la paz. Este es nuestro único deseo. Ni caer en airadas reacciones ni en conmemoraciones vanas. O servimos a la paz y a la alegría de la convivencia de todos o se estaría pediendo el tiempo y energías.

Recordemos una vez más que ni nosotros ni nuestros contemporáneos de todos los países tenemos ni culpas ni glorias de lo acaecido en épocas pretéritas. Sencillamente porque no existíamos. Sí que hemos de estar muy atentos en no repetir hoy las injusticias que pudieron haber, así como también subsanar en todo lo posible las consecuencias negativas actuales de aquéllas. Liberados, pues, de absurdos prejuicios y rencores, colaboremos juntos, los de las dos orillas, para construir una sociedad mejor para todos.

Pero en la Cena a la que les convocamos, se trata de una nueva cuestión: el hombre es capaz de crear instituciones que, al contrario de los individuos, ellas sí, perduran en la Historia, están presentes hoy, e incluso en el devenir.

Las instituciones, por óptimas que sean en sus fines, están llevadas personas limitadas que no siempre hacen buen uso de ellas. Por ello, los actuales componentes de esas entidades, a través de sus legítimos representantes, deben pedirse mutuamente perdón de los desafueros que sus componentes y representantes cometieron antaño. Los miembros actuales de esas instituciones son los que pueden, unos a otros, manifestarse este sentimiento, lo cual allanaría la verdadera amistad y la confianza entre los distintos pueblos.

Ciertamente, el echo del mutuo descubrimiento geográfico de los dos Continentes es un recuerdo y una fiesta para toda la humanidad: por primera vez se conocía la redondez de la Tierra.

Dados los adelantos de la navegación europea a finales del siglo XV, era imparable que los europeos, fuesen los que fuesen, llegasen a este Continente que aún no tenía un nombre global.

Debido al contexto de la época, habrían ocurrido luchas y conquistas semejantes o peores. Valga como un ejemplo la conquista anglosajona de su parte norte.

Además, hemos de reconocer con humildad óntica que si la historia hubiera sido distinta, todos los acontecimientos y encuentros personales hubieran sido diferentes. Y hoy existirían otros europeos y otos americanos, pero ninguno de nosotros.

Además, hemos nacido sin hacer ningún daño a nadie porque los que hubieran existido en otras circunstancias, sencillamente no existen en sí, realmente en ninguna parte.

Ojalá también que este Hemimilenario despertara el interés de investigar lo más posible, con todos los medios que las ciencias nos ofrecen hoy, aquella gran epopeya que realizaron los auténticos descubridores de América -en el más estricto sentido de la palabra- o sea, aquellos hombres y mujeres que por Bering, o por el Pacífico o por la Antártida llegaron desde Asia hace más de 35.000 años, según parece.

Esperamos de los apreciados competentes invitados especiales que tenemos hoy en esta mesa, que ahonden en esta visión realista del V Centenario y nos ofrezcan positivas consecuencias. De la conmemoración de este entrañable encuentro sólo deseamos, como se anuncia en el título, que contribuya a la paz y al gozo de existir.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
Revista RE, Nº 33

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