Mc 13, 24, 32

En este Evangelio del domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, se habla de que este fin del mundo se conoce por una serie de señales. Jesús pone esta comparación: “…cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues bien, cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a las puertas”. Cristo está cerca, Dios mismo.

Hay toda una serie de signos que anuncian una primavera en la Iglesia, fruto del Vaticano II. Esos signos pueden significar – ojalá lo signifiquen de hecho, que no se malogren – que realmente Cristo (con una presencia más nítida) está cerca de la historia. No sólo del mundo y de las gentes sino ,sobre todo, en la historia íntima familiar de la propia Iglesia. Lo que deseaba decir (durante esta misa en esta parroquia de San José Oriol,un gran santo de Barcelona) es que recordemos lo que los científicos de los medios de comunicación social de hoy, en especial McLuhan, dicen: que el medio por el que se transmite un mensaje influye enormemente en el mismo mensaje, es como su piel. De modo que hemos de tener cuidado, cuando queremos retransmitir el mensaje de Cristo, al utilizar medios que sean adecuados porque según cuáles utilicemos, desvirtuarán o hasta traicionarán de tal modo el mensaje de Cristo que lo harán irreconocible. 

Cristo acabó con el templo y con el sacerdocio levítico y no digamos, por supuesto, aún más con todos los templos y todos los sacerdocios de todas las demás religiones paganas. Él inaugura una nueva época en que su Sumo Sacerdocio (que es lo mismo que decir su negación del sacerdocio como puente porque la Encarnación lo ha hecho inútil ya que es “Dios con nosotros”) ya acabó con los sacrificios encima de los altares y de las aras porque es la entrega caritativa a lo largo de su vida, a lo largo de toda su existencia y consumada en la cruz. El nunca fue levita sino que era descendiente de la tribu de Leví.  La liturgia dice que su Sacerdocio, ese sumo y especial Sacerdocio, es ese sacerdocio que es laico, que viene por orden de Melquisedec, que era un laico. Nosotros continuadores de Cristo, hemos de comunicar esta presencia suya (esta oblación de su vida en este ágape fraterno de la última Cena) con unos medios de transmisión propios y adecuados para que la visualice la gente. Como seguimos queriendo dar este sumo, nuevo, laico y distinto Sacerdocio de Cristo con los medios antiguos, estos medios antiguos lo mediatizan, lo desvirtúan, lo desfiguran y lo arrastran otra vez hacia los modos antiguos de entender la religión y nuestras relaciones con Dios.

Si utilizamos para reunir a la gente en el ágape del día del Señor unos edificios solemnes, con columnas maravillosas y capiteles (como estaban hechos los templos romanos), llenos de adornos, de lámparas, con una serie de atributos como los del templo de Jerusalén…

Si utilizamos unos ritos, unas vestimentas, unas liturgias tomadas de los templos paganos y del templo de Jerusalén… 

Todo esto en aquella época era bueno. Pero si lo utilizamos para transmitir la tremenda novedad del sacerdocio distinto, diverso, laico, sumo (ya no pontifical sino fruto de la Encarnación y de esta oblación  total de la vida de Jesús en el Reino de Dios que trae aquí en este ágape fraterno, signo y símbolo de la mesa celestial) utilizando altares (donde se sacrificaban toros y animales), desvirtuamos, opacamos y desfiguramos el verdadero mensaje de Jesús. 

Todavía estamos lastrando el peso tremendo de aquellas religiones que construían basílicas. La única introducción que hicimos fue que la basílica tuviera forma de cruz para decir, de alguna manera, que era distinta de las basílicas paganas porque rememoraban en su plano arquitectónico una cruz. Pero todo lo demás sigue igual. 

Hemos de inventar cómo han de ser las paredes y el techo que acojan a esta Iglesia, a esta comunidad de Cristo que se reúne para celebrar el día del Señor, la Pascua de su Resurrección, reunidos en este ágape de la Eucaristía. 

¿Como han de ser la liturgia, los hábitos y costumbres? ¿Cómo hay que ir, cómo hay que hablar, qué hay que hacer para que realmente el medio expresivo de esta tremenda novedad de Cristo esté adaptado a lo que es Cristo y no utilizar medios viejos que la desvirtúan a las masas de los buenos creyentes? 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del domingo, 14 de noviembre de 1982 en Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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