Mc 16, 1 – 7

Resulta un misterio, y todos los misterios son, por un lado, amargos pues no vemos claro; por otro lado, dulces también porque nos insinúan que hay muchas más cosas de las que podemos entender. Digo que resulta un misterio que la Virgen María – que estuvo al pie de la cruz, que tuvo a Jesús en sus brazos cuando lo bajaron de la cruz y que acompañó a todos al dejar a Jesús en el sepulcro aquel Viernes Santo – no fuese con las otras mujeres al sepulcro para volver a verlo y acabarlo de ungir.

Las Sagradas Escrituras, que tanto señalan la presencia de María al pie de la cruz, con su silencio, señalan que María no fue. Iban a buscarlo al sepulcro porque creían que estaba todavía allí, que estaba para siempre su cuerpo. Iban a ungirlo para que perdurase esa reliquia. María no está. María se ha quedado en su habitación. María sabe que es inútil ir porque Jesús ya no está allá. Jesús ha resucitado. Ella le espera, ya lo sabe desde siempre, desde antes. Ella es la única que en aquel sábado santo tiene fe, tiene esperanza. Esta virtud no estaba ya en el corazón de los discípulos y de las personas que le habían amado. Por eso también ese amor está un poco muerto, adormecido. La caridad en la Virgen María estaba plenamente precisamente porque tenía plena la fe y la esperanza. Por eso nosotros tenemos esa imagen que representa nuestra devoción a María bajo este aspecto de la Claraesperanza: llena de luz, de una fe que ilumina completamente su cuerpo para, así, poder encender los corazones de los demás.

En Cataluña tenemos como patrona a la Virgen de Montserrat. Aquella Virgen, descubierta con el paso del tiempo, nos ilumina desde esas montañas tan especiales. Ese nombre de Montserrat, de montaña serrada, puede tener dos interpretaciones. Una que parece que la montaña haya sido aserrada, por eso, tiene forma de sierra. Esto es interesante porque las montañas muchas veces son muy altas, se convierten en fronteras y es difícil pasar al otro lado. Si aserramos una montaña, la rebajamos, hacemos pasos, se puede atravesar más fácilmente para descubrir otros horizontes. Una montaña aserrada o una sierra no es una cordillera impresionante que no se pueda traspasar. Nos indica que es un camino. Y la Virgen está en esta montaña y nos invita a subirla para desde allá continuar caminando hacia el mundo.

También tiene otro simbolismo: esta montaña aserrada se convierte ella misma en una sierra que parece servir para aserrar el cielo que descansa sobre ella, para abrir el cielo de un extremo al otro y que podamos entrar. Virgen de Montserrat, en estos dos sentidos, rogad por nosotros, rogad por toda Cataluña, por toda la gente que está dentro de nuestro país.

Pero qué hermoso es que, de la misma manera que la Virgen de Montserrat está hacia el sur de Barcelona, hacia el norte está también esta otra devoción, humilde, de la Madre de Dios de la Claraesperanza. Porque si la montañas se abajan y el cielo se abre, lo que hay es la Claraesperanza.

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del 6 de abril de 1985, en el Monasterio de Sant Jerónimo de la Murtra.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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