Ef 2, 13 – 18, M c 6, 30 – 34

Nos os figurábais hace unos días , cuando salisteis de Tarragona con tantos kilómetros por delante, que ya estaríais en Javier todos sanos y salvos a pesar de los peligros que habéis pasado por las carreteras y de posibles enfermedades (que algunas habéis padecido). A pesar de todo podéis decir con mucha alegría: el Señor es mi pastor, nada me falta. Aquí estáis. Parecíais un rebaño más o menos desperdigados por estos caminos pero, en fin, sois un rebaño muy querido del Señor. Ciertamente Él ha sido vuestro pastor y ojalá lo sea en la peregrinación que sigáis haciendo durante toda la vida camino de la Casa del Padre. 

Esta segunda lectura que os han leído – Carta de Pablo a los Efesios- dice una cosa muy hermosa.  A los que eran pueblos paganos, a los gentiles, les dice: ahora estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos. Él es nuestra paz, Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa derribando con su carne el muro que nos separaba de Dios: el odio. 

Hemos estado caminando, hemos salido de tierras catalanas, hemos atravesado tierras aragonesas, estamos en Navarra. Pueblos distintos, distintas tradiciones e historias pero somos hermanos en Cristo. Y no solamente hemos atravesado esos países, sino que vosotros mismos estáis aquí de varias nacionalidades, lejanas: de América, de África, de Europa. Ojalá que este testimonio que dais de que a pesar de que sois de pueblos distintos, porque tenéis vida en Cristo, os sentís muy hermanos, sin diferencia ninguna. Me parece que está aquí el que acaba de llegar de África, después de tanto tiempo de estar allá ejerciendo su apostolado. ¡Qué hermoso ese trascielo, ese sentirnos unos con todos los pueblos, que no hay barreras ni fronteras, que no es los puntitos que vemos en los mapas o los avisos de los aduaneros! Las verdaderas fronteras son las que pone el odio y el odio es lo que vino Jesús a borrar, a poder brincar sobre él. Con su carne derribó este muro, como de un puñetazo. Jesús llama de caridad; Él ha abolido la ley que separa unos a otros y así pueden hacer las paces. Reconcilia los dos pueblos, a todos con Dios, que es la única manera de que se reconcilien entre ellos, uniéndolos en un solo cuerpo suyo. Vino y trajo la noticia de la paz a vosotros los de lejos y también a los de cerca. Que vuestro peregrinar sea un pensar por los caminos dejando esta estela, este perfume, este algo invisible pero que la gente siente: son hombres de paz, hombres y mujeres de paz. ¡Este estilo, perfume o estela que tenéis que dejar en esta peregrinación! 

“Palabra de Dios” – termina la lectura -. Ojalá vosotros seáis esto, una palabra de Dios viva y abundante al encuentro de todos los hermanos de aquí, de allá y de todas partes. 

Qué hermoso es este evangelio que dice que cuando vienen cansados de peregrinar, de realizar sus apostolados, les dice Jesús: “ Venid vosotros los que habéis peregrinado – había mucha gente – , venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”.  Yo creo que esto es lo que habéis hecho ayer y hoy, después de tanto caminar, de tanto conectar con gentes que realmente os han querido (mucho) y os han ayudado. Por las atenciones en los pueblos y en todas partes que han tenido con vosotros han sido testigos extraordinarios del amor de Dios. Pues bien, venid aquí y contad estas maravillas, venid aquí y descansad un poco en ese sitio tan hermoso de Javier, ahí donde estabais, junto al río, aquí en estos jardines, ¡descansad un poco! ¡Qué hermoso es ver esta solicitud de Cristo con sus pastores al preocuparse de que también repongan fuerzas corporales. También reponer fuerzas del espíritu estando Él con ellos, ilustrándolos en el Evangelio y en la Buena Nueva! Descansad un poco. No les duró mucho, ciertamente, porque les descubrió la gente y, ávidos de escuchar a Jesús y a sus discípulos, salió a su encuentro. También es hermosa esa reacción de Jesús ante la multitud: “ tiene lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor”. Esta experiencia ¡cuántas veces la habéis sentido vosotros en vuestros apostolados y en todas partes! Pues allí encontráis mucha gente estupenda, deseosa de saber, de poder escuchar después de que se han afanado con todos sus esfuerzos y que han llegado a la frontera del Misterio. Cristo, que derrumbó el odio como frontera entre los pueblos, también ha venido a hacer permeable esta frontera con la trascendencia – con el Misterio-, para saber nosotros escuchar que es algo vivo, personal, palpitante y escuchar la Buena Nueva que nos trae. Sí, Cristo siente lástima; vosotros también sentís lástima a veces porque van como ovejas sin pastor. 

Termino subrayando nada más esta última parte de este Evangelio: “lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor y se puso a enseñarles”. Claro, a eso venía. Se puso a enseñarles. Pero no es eso lo que quiero subrayar sino lo que viene a continuación:  “se puso a enseñarles con calma” .¡Con calma!, sin prisas, despaciosamente, sin dar sensación de que tenía muchísimas cosas que hacer, además de lo que estaba haciendo en aquel momento. Realmente tenía muchas cosas que hacer y gentes a quienes predicar. Se puso a enseñarles con calma. Ojalá que ésa sea también una de las lecciones que saquemos de esta peregrinación. Invertimos muchos días y mucha gente dirán: 

-¿Están locos?, ¡Mira que emplear 25 días de sus vacaciones después de estar tan cansados por estudios, exámenes y tantas cosas que están haciendo, que hacen y que tienen que hacer! ¡Mira que perder el tiempo! 

¡Qué hermoso es tomarse también estas horas de peregrinar con calma para estar con Dios, para saber estar con los hermanos! Eso os enseñará a que cuando volváis a vuestros apostolados, también sepáis estar con la gente enseñándoles la Buena Nueva con calma, sin prisas, como si no tuvierais ninguna otra cosa que hacer en el mundo. Esta paz, este sosiego y esta calma es lo que hace convertir la palabra de Dios en lluvia mansa y suave que penetra a fondo en el corazón de los demás. Os lo digo yo que realmente tan mal ejemplo os doy de eso. Yo que siempre voy corriendo, que siempre me veis inquieto de un lado para otro con mil cosas que hacer, que os escucho, sí,  pero no puedo esconder a veces signos de impaciencia que vosotros comprendéis porque sabéis que hay otras cosas. ¡Qué mal ejemplo os doy! Ese es uno de los pecados del que yo más me arrepiento siempre. Me falta calma para hacer lo que tengo que hacer. Creo que hoy yo, vosotros y todos, tenéis que pedir a Javier -el divino impaciente-, que nos dé calma.

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del domingo, 21 de julio de 1985, en Javier (Navarra). Durante una peregrinación desde Tarragona a puente La Reina.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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