Lc 1, 39 – 56

Acerca de la Fiesta

Es hermoso hacer esta fiesta de Montserrat. Los liturgistas han escogido precisamente ese texto de la visita de la Virgen María a su prima santa Isabel, caminando por las montañas. 

Es hermoso ese texto del Evangelio de la visita a su prima santa Isabel a través de las montañas. Hay una documentación muy interesante. Una biografía de san José que dice que -aunque los textos bíblicos no lo señalan porque su intención era otra- san José acompañó a María en este viaje. Es absolutamente inconcebible que una persona como María, joven de 16 años, emprendiera sola aquel largo viaje a través de los campos y a través de las montañas para visitar a su prima santa Isabel. Eso no entra dentro del contexto de las costumbres de aquellos tiempos. Tendría que ir acompañada de alguien, de algún varón – ella estaba desposada con san José,  ya había pasado unos meses o algún tiempo con él –.De manera que san José, que es tan silencioso y es tan silenciado por las Sagradas Escrituras,  es indudable que la acompañó. El texto de esta biografía piadosa pero clarividente, nos modifica un poco nuestro pensar inconsciente de esta imagen. Siempre imaginamos a María caminando sola por las cumbres y las montañas, el viento llevándose un poco el extremo de su manto azul y ella corriendo presurosa. Realmente esta autora nos hace caer en la cuenta de que junto a ella,  emocionado también, acompañándola a esta visita de familia, llega su esposo san José  porque se hubieran extrañado muchísimo de que llegara sola. No solamente ella ayudó a santa Isabel, san José también ayudaría en aquella casa a todo lo que fuera menester y ayudaría a Zacarías, bastante más anciano. Es hermoso que haya escogido este pasaje para esta fiesta. 

Cuando pensemos o meditemos en este pasaje,  añadamos  que la figura de José acompaña a María. 

Volvamos a lo que estábamos diciendo al principio de la misa  porque es un regalo de hoy. ¡Qué hermoso es que la fiesta cuando termine no sea terminar y marcharse sino que sea terminar con una fase última de dejar el lugar donde se ha celebrado más en orden y más embellecido que antes de empezar la fiesta! Es que, para los que habéis llegado ahora, hemos quedado desolados al ver la basura que ha dejado una fiesta que hubo anoche en este patio. Eso no es una fiesta buena. Una fiesta que deja basura no es fiesta. Las fiestas deben dejar un reguero de luz, una estela maravillosa como un barco en el mar. Sólo un mensaje de espuma maravilloso. Reconozcamos este concepto.

Las fiestas tienen varias partes. Primero, proyectarlas. Después, una preparación. Luego, invitar a la gente. Después, recibirles con alegría. Posteriormente, servirles y atenderles con todas las obras de misericordia. Más tarde, estar felices juntos, reunidos, intercambiarse muchas cosas, cantar… 

La fiesta es el “summum” de toda la actividad del hombre. 

A continuación, hay que hacer unas despedidas. No se trata de que cada uno se vaya sin despedirse sino con despedidas, con el deseo de volverse a reunir y de volver a hacer fiesta. 

Por último, tiene que haber gente que deje el lugar en orden, resplandeciente y más bello. Así, si viene alguien después puede decir: ¡oh! aquí se ha celebrado una fiesta. Pero no porque se vea como ese patio sino por lo hermoso que ha quedado, por el perfume que está en el aire todavía. Hay una pátina en las cosas que ha embellecido todo; ¡se celebró una fiesta, ¡qué hermoso! Ésta es la buena fiesta. 

Una fiesta que no termina así queda decapitada, eso es una fiesta decapitada, no tiene cabeza. En cambio, si todo queda bellísimo y ofrecemos ese lugar empapado de fiesta, queda ofrecido y a punto para que vengan después otros y hagan también su fiesta. Si no, es una fiesta truncada. Es una fiesta que en vez de causar gozo profundo a los que han asistido causará despiste. La gente, por ahí, se desangrará y esa fiesta no habrá servido nada más que para avanzar hacia una muerte amarga. Si se dejan todas las cosas bien ordenadas y bien hermosas, el ánimo queda dispuesto para otra fiesta. 

Yo diría que si hacemos fiesta en el Reino de Dios aquí en la Tierra dejándolo todo bien, eso es camino, escalón a escalón, fiesta a fiesta, de la Fiesta del Cielo. Es decir, si lo dejamos bien, el Cielo vendrá a transformar todas las cosas, a renovarlas y a hacer de ese mundo renovado la auténtica, eterna y total fiesta. También el Cielo se ha de encarnar en nuestro Cielo aquí como la Gracia se ha de encarnar en la humanidad. La Gracia se encarna en lo humano, el Cielo se ha de encarnar en la fiesta. Pero así como la Gracia no se puede encarnar en un corazón que odia, la Fiesta del Cielo no se puede encarnar en unos ámbitos de fiesta como éste de aquí fuera. El odio rechaza la Gracia y esto rechaza que otros vengan a hacer de este sitio una fiesta más grande. Tiene que pasar por la penitencia de que haya unas almas buenas que vengan aquí por pura casualidad y se sacrifiquen sin haber estado ni participado en la fiesta. Incluso por estos que hicieron la fiesta – y que tampoco se han preocupado de ser hombres dignos- tienen que hacer la penitencia las pobres mujeres de la limpieza o quien sabe quién. Tienen que barrer aquí lo que los otros escupieron. ¡Por favor!, dejemos las cosas preparadas para poderlas hacer ,con mayor gozo y alegría, nosotros y otros . Es así como el Cielo, escalón a escalón, también se va encarnando en nuestro corazón. Así se nos irán abriendo los ojos cada vez a mayor luz y la fe se nos hará más sencilla. Iremos escalando la fe de fiesta en fiesta, pero de buena fiesta, de fiesta bien completa, con cabeza y todo, sin quedar truncada. Así conservará toda la fuerza de la sangre en el corazón. 

¡Es tan importante esto de la fiesta! 

Mirad, cuando tanto insistimos sin razones es por algo de fe, es misterioso, pero es. Por ejemplo, el levantarnos a las siete. El nacer no está en nuestra mano. Hemos nacido cuando hemos nacido. Si aceptamos el hecho de existir con alegría, no hemos escogido nosotros el momento de nacer. Levantarse a las 7, cuando toca, es señal de abrazar con alegría la existencia que tengo, que me empieza cada mañana. No está en nuestras manos levantarnos a las 7 o a las 8 o a las 9. No, es a las 7. Nacemos, ¡qué alegría!, juntos además, ¡qué hermoso, qué signo de abrazar la vida con gozo! 

En cambio, sí que está en nuestra mano pegarnos un tiro o hacer imbecilidades, con lo cual nos hacemos  polvo el hígado y nos morimos antes o después. Por lo tanto, sí que está en nuestras manos irnos a dormir a una hora o a otra. Podemos hacer también muchas imbecilidades en este asunto; no es que las podemos hacer, las hacemos. Pero para ir relacionando esto con la fiesta: la gente que hace fiesta y la quiere apurar, no quiere terminarla y se van porque ya no pueden más, porque ya se están cayendo de sueño, desgraciadamente, porque están borrachos , ¡qué visión tan negativa de la vida!

Aquí hay que señalar dos cosas: no tienen fe, no esperan nada después. Quieren prologar la fiesta, que es como un signo de querer prolongar la vida porque es tétrico el después. Como no esperan nada, prolongan la fiesta hasta las últimas horas de la noche hasta que ya no pueden más porque están como si cuanta más fiesta, más desesperados. Cuando la inician ¡todavía!, pero cuanta más fiesta, más desesperados, más la quieren prolongar para agotar así los últimos residuos de alguna posibilidad de existir o de tener alguna pequeña satisfacción. ¡Qué pena da esta gente! Pero es que , aunque no sea así, no solamente no tienen fe en que pueda volver la fiesta – que puede venir otra fiesta todavía más grande- es que ni siquiera se preocupan de los demás que están detrás de ellos. Aunque no crean en nada o sean ateos, son tan egoístas que apuran lo suyo y no quieren reducir un poco de lo suyo para dejarlo bien preparado para que los otros también  puedan tener fiesta. O sea, que es un signo de egoísmo total, de estrujar yo lo que pueda, ahí se queda eso y que los que vengan detrás se apañen. ¡Qué falta de fe, qué falta de humanidad! 

La hora de terminar la fiesta está en nuestras manos. La Cena Hora Europea se acaba a las 1, y así todo el mundo se va a dormir. O sea, está en nuestras manos acabar la  fiesta y acabarla en el momento en que (no la acabamos porque se nos acaba el gas y cada vez estamos más desesperados) está en el culmen de la alegría. Se acaba cuando queremos para que haya un tiempo, unas energías (que sean la manifestación de este culmen de alegría) para dejarlo todo bien preparado, porque no estamos desesperados, porque sabemos que volveremos a tener fiesta aquí y eternamente. Aquí por lo menos, para dejarlo preparado para que otros  puedan tener fiesta también.

Así que no hemos de tener en nuestra mano el despertar. Es un signo de que abandonamos a los demás al dormir y que nos levantaremos cuando nos despierten a esta nueva vida del día de hoy. Lo que sí está en nuestra mano, por el contrario, es saber morir a tiempo por la noche para dejarlo todo hermoso, que nuestro paso por el día, nuestro paso por la vida, deje una huella maravillosa. 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del sábado 27 de abril de 1985, en la capilla de la Universidad de Barcelona.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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