Jn, 14, 6 – 14

Brevemente este Evangelio, que es tan hermoso y que lo hemos meditado muchas veces, nos lleva de la mano… Había otro Evangelio de otro apóstol hace pocos días, el sábado. En la Universidad ya lo menté porque había una frase al final, después de decir todo lo que aquí dice, que era semejante a esta otra. Cuando Felipe pregunta a Jesús: cuándo veremos al Padre. Le dice Jesús: “Felipe, ¿tantos años conmigo y todavía no me conoces, quién me ve a mí, ve al Padre”. Cristo dice que quien ve a Cristo ve al Padre por ser sintónico con el Padre, por hacer la voluntad del Padre, en definitiva, porque es transparente.

Pero hay otro escalón, Cristo dice después que quien dé un vaso de agua a un pequeño, a Él se lo da. Y manda, no que le amemos a Él; lo que Él nos manda es que nos amemos unos a otros. Por ello, nosotros tenemos que caer en la cuenta de que si decimos que queremos ver al Padre, pues veremos a Cristo, y en Cristo veremos al Padre.

Bueno, ¡pues quiero ver a Cristo! Algunos tuvieron la fortuna de verle en este mundo y verle resucitado, nosotros no pero es que nosotros tenemos unos escalones previos, que es ver a Cristo en los demás. Quien ve a los demás, ve a Cristo; quien ama a los demás, ama a Cristo. Es como una escalera que va desde aquí al Padre. Nosotros, queriendo ser un poco angélicos, queremos enseguida ver a Cristo, por lo menos, y después ver al Padre saltándonos el subir escalón por escalón por esta escalera desde donde estamos hasta arriba de todo. Subir estos escalones, innumerables, es sirviendo a Cristo en cada uno de nuestro prójimo. De manera que hemos de caer en la cuenta de eso.

¡Cuánta gente dice: yo soy ateo, no veo a Dios! Hijo mío: quien ve la belleza de este mundo y ve la otra persona, cómo es capaz de pensar y de amar, está viendo a Cristo. No seas angélico, lo has de ver y palpar con tus ojos y con tus manos en el prójimo al cual hemos de amar y del cual nos hemos de dejar amar. En ese sentido cada uno lo podría decir también unido a Cristo como el sarmiento a la cepa: quien me ve a mí, ve a Cristo. Podríamos decir que todo lo bueno que veáis en mí – lo podemos decir cada uno de nosotros al hablar de los demás – es de Cristo: quien me ve a mí, ve a Cristo. Lo malo no, lo malo es la suciedad de este vidrio si no es del todo trasparente. Pero todo lo bueno es de Cristo. Si tengo paciencia, si tengo caridad, si perdono setenta veces siete, si persevero en una misma línea de querer amar a los demás: quien me ve a mí, ve a Cristo. Sólo llegarás a ver a Cristo más cara a cara, como dice san Pablo, ¡oh!, si subes los escalones. Si no subes los escalones de amar a los demás y ver a Cristo en los demás , no llegarás a Cristo para verle cara a cara y muchísimo menos al Padre.

Entonces, sepamos subir uno a uno con alegría todos estos peldaños de ver a Cristo en los demás. Eso nos ha de causar una enorme alegría, un enorme gozo, una enorme ternura, un enorme espíritu de servicio, etc. ¡Ver a Cristo! Es el único camino que nos llevará gradualmente, cada vez más, ver cara a cara a Cristo. A través de Cristo, con Cristo y en Cristo, ver cara a cara a Dios Padre también.

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del viernes, 3 de mayo de 1985, en Barcelona.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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