La mayoría de cristianos rezamos a Dios siempre pidiendo algo. Sentimos, intuimos que Él es el Creador, tiene todos los bienes y es bueno y generoso. Por eso creemos que no los guarda para sí, sino que los reparte a manos llenas entre los hombres y mujeres que los necesitamos, como limitados que somos por ser humanos.
Pedir no ofende a nadie, tampoco a los humanos. Más bien sucede lo contrario: es un elogio que hacemos al otro. Al pedirle algo, le decimos, primero, que pensamos que tiene un mínimo de sobrante que es lo normal para vivir; y segundo, que en vez de acumularlo desea compartirlo con los demás. Si el otro no tuviera tampoco nada, entonces somos hermanos, dos a pedir; y si, teniendo, no quiere compartirlo, pues no se hable más, ya que líbreme Dios de forzarle lo más mínimo.
(Hace tiempo caí en la cuenta de que la palabra “pordiosero”, en su origen, no significa alguien que va sucio, mal vestido, etc., sino que es aquel que pide por amor de Dios. Por-dios-ero. ¡Qué hermosa palabra! ¡Cuántos santos han sido pordioseros en este sentido etimológico!).
Esto mismo que decimos lo podemos aplicar a nuestra oración a Dios.
Pero al principio, en el título de esta reflexión dije que había tres modos de orar. Quedan dos. ¿Cuáles son?
En el primero que hemos visto, pienso más que nada en mí, que soy indigente y necesitado. Pero, segundo, alzando la mirada, puedo pensar en Dios que me lo dio y debo ser agradecido. Es la oración de acción de gracias. Ahora me fijo en mí, sí, pero también en Él. Nada menos que la Eucaristía podría clasificarse en esta segunda manera de orar: en ella, le damos gracias al Padre porque nos ha enviado el mayor y más querido regalo, su Hijo Jesucristo. Es el culmen aquí en la tierra.
Entonces, en este itinerario ascendente, ¿ya no hay más? ¿No hay un modo superior de orar?
Hay un tipo de oración que es el que utilizan los ángeles en el cielo que alaban a Dios, Uno y Trino. Es la tercera manera: la oración de alabanza. Solo eso. Solo fija la mirada en Dios; no en uno mismo, no en los humanos sino en la divinidad. Dios es grande. Dios es inconmensurable. Dios es inabarcable … y sin embargo ¡tan cercano y amigo!: ¡Santo, Santo, Santo!; ¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu de ambos!
Las tres maneras son progresivas, en progresión ascendente; las tres son necesarias, no se puede prescindir de ninguna de ellas mientras vivimos en la tierra. Podríamos caer en el orgullo si pensáramos que ya no necesitamos pedir u, orgullo mayor aún, tampoco el dar gracias.
Ahora bien, ¿y pedir al prójimo? ¿Pedirnos entre nosotros, las personas humanas? En pequeñito, de juguete pero también, los que los profesores dicen “analógicamente”. Parafraseando a san Juan: “¿Dices que pides a Dios a quien no ves y no pides al prójimo que sí ves? Hipócrita”. Necesitamos pedir pues somos seres sociales y no autoabastecidos. Hemos de pedir, sobre todo, amor, que es algo que necesitamos sumamente y que los que nos rodean no están obligados a darnos. Y también hemos de agradecer, “es de bien nacidos ser agradecidos”, dice el refrán. ¿Y también podemos alabar al prójimo? Sí, porque ¿hay quien no tenga nada bueno, digno de alabanza? Con prudencia, sí, pero alabar lo bueno que tengan.
Estos tres modos de orar fue una de las cosas que me enseñó el Padre Alfredo Rubio de Castarlenas hace unos 30 años y que, hace un tiempo dijo Francisco, el obispo de Roma, el Papa, en su excelente magisterio.
Pero al terminar estas letras he leído a Afraates (¿- 345), monje, obispo cerca de Mossul, (Las Disertaciones, nº 4) que dice lo mismo y es del siglo IV:
“Voy a enseñarte los modos de oración: en efecto, está la oración de petición, la de acción de gracias y la alabanza; la de petición es cuando pedimos misericordia por nuestros pecados, la acción de gracias es cuando das gracias a tu Padre que está en los cielos, y la alabanza cuando le alabas por sus obras. Cuando estás en peligro, acude a la petición; cuando te sabes provisto de bienes dale gracias al que te los da; y cuando estás de buen humor, presenta la alabanza. Todas tus plegarias debes presentarlas delante de Dios según las circunstancias. … no debes orar siempre de la misma manera sino según las circunstancias”.
P.D.: En viaje a Turquía realizado en noviembre de 2014, después de rezar descalzo en la Mezquita Azul, el Papa Francisco le dijo al Gran Mufti: “tenemos que dar un paso más, además de pedir y dar gracias, tenemos que adorar a Dios, la adoración gratuita.”
Texto: Juan Miguel González Feria, Pbro.
Fuente: Nuestra Señora de la Paz y la Alegría