¿Qué tema es hoy básico en la sociedad, para alumbrar una convivencia más justa y gozosa? Desesclavizar definitivamente a la mujer.
El Dr. Alfredo Rubio de Castarlenas fue dando respuesta a ese interrogante en la conferencia que, bajo el título «La mujer 2000» pronunció el pasado mes de Abril en la Casa de Teatro de Santo Domingo. Recogemos a continuación algunos de los puntos que desarrolló.
La dignidad de la mujer ha sufrido altos y bajos a lo largo de la historia. Todos los pueblos recuerdan en sus orígenes una época de matriarcado en que la mujer cual una diosa de fecundidad era la dueña de sus hijos, otorgándole este hecho una preponderancia social. Cuando se precisó la relación entre coito y el nacimiento de los hijos nueve meses después, la situación giró noventa grados. Entonces fue el hombre el que se creyó portador único de la semilla de los hijos. Se inaugura así la época patriarcal.
La mujer pasó a ser «tierra» propiedad del varón, el cual vigilaba que ningún otro fuera a sembrar su campo. Él podría tener, sin embargo, varios campos para lograr mayores frutos, la poligamia; no así la mujer que era gravemente sancionada si se la sorprendía en adulterio. Como el esclavo, la mujer no era «sujeto de derechos». Dependía enteramente de la voluntad de su dueño. De las manos del padre pasaba a las manos del esposo.
El «plus» del hombre es basado en la movilidad. El hombre no queda aprisionado por la familia, ni por los hijos. Entonces esa libertad, esa fortaleza que tiene el hombre le puede mover a un descubrimiento de las ciencias. A investigar.
Toda esa arquitectura patriarcal se vino abajo cuando en el siglo pasado, gracias al microscopio, se descubrió que tampoco el hombre era portador de plena semilla de los hijos. El gameto masculino es sólo media semilla, el gameto femenino la otra media. Los hijos no existen ni en el padre ni en la madre. Empiezan a existir nuevamente cuando estos dos gametos se reúnen. Este descubrimiento iguala en dignidad a los dos sexos, a la vez que hace a los dos más humildes.
En la generación de los hijos, la mujer aporta mucho más que el hombre. El óvulo es una realidad mucho más rica y compleja que el mero espermatozoo que es puro polen. Ellas podrían tener hijas clónicas de sí mismas sin concurso de varón; éstos, en cambio, no podrían tener esa clase de hijos sin la imprescindible colaboración de un óvulo. Además, zigoto –fruto del gameto femenino con el masculino– siempre inicia el camino de ser hembra. Si el cromosoma «Y» le anuncia que tiene que ser varón, se deshace parte del camino andado y emprende el del varón, pero quedan muchos residuos de la primera dirección recorrida. Quizá el más visible y chocante son los pezones en el varón que, evidentemente, no tienen ninguna finalidad en él. Ser mujer es, pues, más arquetípico en el género humano que ser varón.
En esta ida y regreso y cambio, los neurólogos hoy tienen bien demostrado que en la mujer funcionan los dos hemisferios cerebrales mientras que al hombre le funcionan bien, únicamente uno. Como consecuencia de ello, la mujer es más resistente al dolor. El hecho de soportar un parto, el embarazo, da a la mujer una mayor resistencia.
El hombre y la mujer, iguales en dignidad
Muchos de los defectos que se atribuían a la mujer no son de condición femenina sino de su actuación social de esclava. Adulación, preocupación para ser atrayente, bella; hacerse imprescindible, placentera pero sagaz y dominadora del amo. A veces manirrota como secreto o subconsciente venganza… El día que la mujer encuentre su lugar, esos defectos pasarán a la historia por que son típicos de los esclavos, hombres y mujeres esclavos.
Los hombres y mujeres son iguales en dignidad. Pero sin embargo, no cabe duda que somos distintos. Podríamos decir que somos iguales pero cada uno tiene además un «plus» diferente. El «plus» femenino y el «plus» masculino.
El «plus» femenino se basa en que la mujer es «casa» Es la primera casa de todo ser viviente. Toda su constitución está para tener en su seno a un nuevo ser. Luego nace y lo tiene en sus brazos en la lactancia. Luego lo tiene que educar. Toda la casa no es más que prolongación de la mujer. La caseidad. A la mujer le sale de dentro el ser buena casera.
La mujer cuando nace, aunque tiene en sus ovarios muchos miles de óvulos, sabe que sólo llegarán a madurar unos 370 desde la pubertad hasta la menopausia. Cada mes pierde un óvulo. Eso hace que desde jóvenes sean muy calculadoras y muy buenas administradoras. Fruto de la caseidad y de esta manera de ser, la mujer podría ocupar puestos en la sociedad que fueran realmente función maternal.
A las mujeres no les interesa tanto investigar, les interesa administrar bien lo que hay.
Quizás sería estupendo que a la luz de que la mujer es un gran ser humano, prototípico incluso, y viendo los pluses de cada cual, fuéramos adaptando los roles que tenemos en la sociedad a la feminidad y a la masculinidad.
El Dr. Alfredo Rubio concluyó diciendo: «Me pregunto qué pasará ahora con esos descubrimientos que nos, demuestran la grandiosidad de la mujer, que es más prototipo de ser humano que los hombres. ¿Vendrá la revancha de las mujeres por la esclavitud a la que han sido sometidas tantos años?»
Los hombres –dijo– podemos pedirles que no tomen revancha contra nosotros porque los que hemos nacido ahora no tenemos ninguna culpa de lo que ha pasado en la Historia porque no existíamos. Nosotros a la luz de esta ciencia estamos dispuestos a cambiar, dar a la mujer todo el papel en la sociedad que ha de tener para que juntos hagamos una sociedad armoniosa de cara al 3000 en que no esté toda llevada en el 50%, como hasta ahora, por los hombres sino que, pongámonos de acuerdo para edificar una sociedad más plena, más justa, más gozosa y más eficaz porque habremos sumado el esfuerzo y la inteligencia del otro 50% de la humanidad.
Hagamos un pacto con ellas: hacer un mundo mejor porque lo hagamos entre todos. Entre las mujeres y entre los hombres.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicado en:
Horizontes de América Nº 185, St. Domingo 1989.