Es bueno conocer las realidades presentes para atinar en nuestro modo de obrar en busca de paz, solidaridad y armonía. Cerrar los ojos no conduce a nada útil.
Existen algunos movimientos amerindios. Estos grupos, por una parte, claman contra la «celebración» del V Centenario y, por otra, anuncian una «contraconquista».
Aducen lo siguiente: la España conquistada por los visigodos fue invadida por los sarracenos a principios del siglo VIII. Todos conocemos la historia de las siete centurias subsiguientes, hasta que en 1492, precisamente, cae el último bastión musulmán en la península, el reino de Granada.
Esa cultura de Oriente trajo a España –y aquí dejó bien implantadas– muchas cosas buenas que se han incorporado para siempre a la nuestra: su álgebra, el conocimiento de los escritos de la Grecia antigua, su agricultura y jardines, elementos arquitectónicos con sus fuentes, su bella literatura y su delicada pastelería… Pero todo eso, nos recuerdan esos amerindios, no impidió que se iniciara vigorosamente la reconquista visigótica del territorio que ya habían conquistado en el siglo VI. Luego se expulsó incluso a los que se quedaron, si no se convertían a la religión cristiana.
Los musulmanes estuvieron casi ocho siglos en gran parte de las tierras ibéricas.
Y ahí viene la comparación. Y la consecuencia y conclusiones.
España –nos siguen recordando– estuvo gobernando América algo más de tres siglos solamente. Los árabes, en cambio, permanecieron en la piel de toro casi medio milenio más. Lo que no fue óbice para perseguir tercamente la reconquista. A pesar de que se había producido también un importante mestizaje racial. Son muchos los Españoles de hoy con apellidos árabes.
Y en estos últimos tiempos se conoce científicamente, cada vez con más detalle, la epopeya de la arribada de los primeros grupos humanos a América desde Asia, por Bering, o de isla en isla por el Pacífico, o por la Antártida, y su progresivo y heroico asentamiento en el continente, así como las valiosas culturas precolombinas.
Y sienten estos amerindios de hoy una gran nostalgia por su identidad e independencia. A su ver, pues, no es de extrañar que griten contra los conquistadores del otro lado del mar que sometieron a sus antepasados y destruyeron tantas de sus cosas. Se les puede argüir que, unas veces, muchas veces, hicieron eso con buena intención para sustituirlas, con generosos esfuerzo, por otras costumbres, al parecer de los españoles de entonces, mejores: evitar sacrificios humanos o aportar la refinada cultura renacentista.
Y hete aquí que muchos amerindios desean, como los Reyes Católicos de España, expulsar de sus países a los invasores y a sus descendientes: los europeos y los angloamericanos. Más nefastos éstos últimos para ellos, pues los aniquilaron aún en mayor medida. Tampoco simpatizan con los criollos… si no se convierten al menos a sus modos y creencias, aunque éstas no sean ya, como es natural, exactamente las de antaño.
Y ven, asimismo, con malos ojos a muchos mestizos acomplejados, que querrían ir borrando en sus descendientes la ascendencia india, mediante matrimonios con gente de etnia europea. Los amerindios puros desean consumar una «contraconquista» en lo político, étnico, cultural y espiritual.
Ciertamente hay otros amerindios a quienes podríamos llamar «blandos» –principalmente intelectuales y escritores bien conocidos–, cuya contraconquista es sólo para americanizar Europa. Y ojalá, piensan, pudieran exportar –sacándose así de encima definitivamente– corrupción, tráfico de influencias y galbana.
Los duros dicen que si la reconquista española tardó varios siglos desde que la inició Pelayo, ahora, alcanzada la independencia de América, no les importa a esos amerindios luchar varias centurias aún si preciso fuera, para la total «contraconquista» de su continente, desde el Ártico hasta el Antártico, a fin de expulsar allí todo vestigio angloespañol.
¿Qué podemos pensar, o qué deberíamos hacer?
* Será bueno recordar a esos queridos amerindios, que si la historia hubiera sido distinta –aunque hubiera sido mejor–, habrían ido naciendo otras personas fruto de otros encuentros de la gente. Ninguno existiríamos de los que existimos hoy a ambos lados del Atlántico, ni existiríamos nunca jamás. Todos somos fruto del puntual encuentro de nuestros concretos padres y también, por tanto, de la historia.
* Por otra parte, nadie de los presentes es responsable de lo que ocurrió en el pasado, para bien o para mal, por la sencilla razón de que no existíamos ¿Por qué, pues, nos miramos con rencor si todos somos inocentes de ello?
* ¿No sería mejor trabajar juntos amigablemente, en todos los ámbitos, para un mejoramiento del presente en todas partes, a la par que ir configurando un futuro más justo y amable para los hijos de todos?
Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicado en:
El Excelsior de México, noviembre de 1990.
La Montaña de San José, agosto de 1991 y mayo de 1993. Diario de Sabadell, junio de 1991.
El Adelantado de Segovia, agosto de 1991.
Poblé Andorra, agosto de 1991.
Listín Diario de Santo Domingo, octubre de 1991.