El siglo XIX fue para España un tormento. Comenzó con la invasión napoleónica y, fruto de la misma, empezó la explosión en cadena del desmembramiento, una tras otra, de las nacionalidades hispanas de América. Y terminó, en el famoso año 98, con el hachazo final dado por Estados Unidos en Filipinas, Cuba y Puerto Rico.
Se comprende que tanto dolor de madre desgarrada hiciera que los españoles quisieran olvidar la causa de sus pesadumbres: América.
Hubo escritores de esa famosa generación del 98 que, en toda su abundante producción literaria, no trazaron un solo renglón en el que se hablara de aquél continente ni para bien ni para mal. Era un duro replegarse de España en su propia peninsularidad. Y comenzó un tímido parpadeo hacia más allá de los Pirineos.
Fueron necesarios muchos años aún para restañar heridas hasta el reencuentro festivo de la Exposición Internacional Iberoamericana en la Sevilla del Archivo de Indias, en 1929. Quizá este precedente sirvió para que en 1936 tantos exiliados, muchos de ellos sumamente ilustres, se fueran a tierras americanas donde les acogieron con más cordial hospitalidad que en ninguna otra parte, con muy contadas excepciones.
Fue ello un trágico y forzado, pero real, redescubrimiento de las Américas, crecidas, además ya, como hijas adultas.
Con esos intelectuales allá y un cierto sentido neoimperial de los gobernantes de acá (al menos con respecto a la cultura con su Instituto de Cultura Hispánica, con sus becas e intercambios, etc.) España, rechazada por su régimen en Europa al final de la Segunda Guerra Mundial, volvió sus ojos, su corazón y su hálito a la entrañable Hispanoamérica.
Pero hoy todo ha cambiado bastante. Democratizada España y despeñada gran parte de América en situaciones delirantes en las que bien poca cosa puede hacer España como tal; vocacionada, en cambio, al Parlamento Europeo, al Mercado Común, y a la unidad de este Continente y otras muchas de sus instituciones, España vuelve a mirar esperanzada e ilusionadamente a Europa. A esa misma Europa que un día Carlos V casi la tuvo toda en su mano.
Pero Europa –igual que España– ha cambiado mucho desde aquellos tiempos; la reforma protestante no fue una ligera brisa, el capitalismo y el marxismo son bosques bien enraizados, los descubrimientos técnicos de este siglo son gigantescos. Y las dos Guerras Mundiales, sobre el suelo europeo, conmovieron todas las viejas estructuras. Por lo que no le queda más remedio a España, a pesar de su fatiga, que redescubrir Europa, esa nueva Europa a la que queremos besar y abrazar incluso con ternura.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicado en:
El Adelantado de Segovia, diciembre de 1985.
Diari de Terrassa, diciembre de 1985.
Diari de Sabadell, diciembre de 1985
Canfali, enero de 1986.
El cali, enero de 1987.
Cronica de Mataro, enero de 1987.
Plaça Grand, enero de 1987.
La Montaña de San José, mayo-junio de 1987.