Alfredo Rubio escribió mucho a lo largo de su vida. Sin embargo, en su último mes tan sólo dictó lo que él llamo «dichos al paso». Muchos de estos comentarios se refieren al buen hacer casero que él mismo practicó especialmente esas semanas. Presentamos uno de ellos.

Se decía: «Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio». Pero esto no basta. Ya hemos añadido algo importante sin lo cual lo dicho primero no sirve para nada, y es lo siguiente: «un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo». Si esto no se hace, por mucho lugar que tengamos a nuestra disposición, las cosas nunca estarán en su sitio y tontamente se generará el caos.

Pero ahora añadimos otra cosa previa, sin la cual también sería inútil lo segundo dicho de «un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo».

¿De qué se trata? De lo siguiente: hay que empezar por lo primero, por lo más material. A un niño, lo primero que hay que hacer es darle de mamar, limpiarlo, etc; antes de tratar de enseñarle algo.

Pongamos un ejemplo más cercano a nosotros. Deseamos ofrecer una comida, para tratar asuntos incluso importantes. Lo primero que tenemos que hacer es organizar el marco bello de la comida, después organizar el contenido y el modo de servirla, es decir, toda su estructura y dinámica y, por último, el esquema de los temas a tratar. Este esquema nos saldrá bien maduro y eficaz porque, aún sin darnos cuenta, lo hemos ido gestando mientras nos ocupábamos de esa primera parte, dándole muchas vueltas en nuestra cabeza. Algunos detalles que preparamos, por ser adecuados, nos sugerirán chispazos aprovechables para nuestro esquema de conversación. Además, llegada la reunión, ya comiendo, nos daremos cuenta que toda la preparación que hemos hecho será un excelente soporte del buen discurrir de nuestros pensamientos al exponerlos. Esto no es nada raro pues, si lo primero fue crear este marco de belleza y funcionalidad, éste engendra el «verbo», o sea, la verdad, la sabiduría; y siendo auténticas, nuestra libertad que expresa belleza y nuestra lucidez, iremos «espirando» durante la comida, amor. Así, al terminar el ágape, habrá entre todos un clima de amor, de fiesta, de caridad.

Por otra parte, al final, al desmontar y recoger todo lo de la fiesta, tenemos que dejar los espacios ordenados y las cosas en su sitio, de manera que alguien que llegue y no sepa nada de lo ocurrido, sienta como un perfume de algo que le haga decir: ¡aquí se habrá celebrado una bella fiesta, en armonía, en amor! Todo lo contrario de lo que ha ocurrido en algún encuentro, después de que ha quedado un desorden tremendo, basuras, etc.

Pero esto que estamos explicando ahora, es para llegar a otra cuestión y es que los que organizaron la comida, luego quedan sosegados y, ya a solas uno o el grupo organizador, tienen tiempo y espacio para una «sobremesa» de comentarios, de sacar conclusiones, nuevos proyectos e incluso, por encima de todo ello, tener la alegría de estar reunidos, tranquilos, sin premuras, gozándose en el puro hecho de estar juntos.

Todo, sin prisa y sin pausa.

Pongo un ejemplo que creo oportuno para expresar lo que quiero decir. Todos sabemos del fenómeno que, teniendo encima de un cartón muchas limaduras de hierro amontonadas y desordenadas, si debajo del cartón se pone un imán, resulta que todas se ordenan enseguida formando una línea de fuerza.

Pues bien, haciendo todo eso que hemos dicho antes, es como poner un imán debajo de una superficie llena de gente; los comensales que están amontonados y desordenados, con muchas mezclas y confusiones, al llegar y ver todo preparado, con belleza, libertad, sutil inteligencia, estética (cuido) y sin duda con amor; de golpe, las personas mismas, sin resistencias, se «ordenan» debidamente, pudiendo aprovechar mejor, acaso del todo, sus buenas fuerzas humanas.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
Revista Re, Época 5, Nº 44.

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