Hoy día muchas personas lamentan la ausencia de razones para tener esperanza. Y sin embargo casi todo el mundo quiere tenerla.
La persona humana siente hambre y sed de esperanza, pero muchas veces este anhelo es difuso y también, desgraciadamente, oscuro. A pesar de todo, por muy desesperado que uno esté, no renunciaría nunca a tenerla aunque no supiera bien en qué ni en quién.
Existe una figura de mujer que colmó las esperanzas de todas las generaciones. Una mujer que esperó siempre contra toda esperanza; que acogió en su seno al que era el Hombre Nuevo, que creyó en todo momento en Él aunque no pudiera llegar a entenderle completamente. Ella se mantuvo firme al pie de la cruz cuando todos huían. Y al final, se colmó de gozo al saberle vivo para siempre, como Él lo había prometido. Fue, también, co-mediadora de Pentecostés. Esta mujer es María de Nazareth.
Podemos, pues, pedirle a María que la claridad de su esperanza esclarezca los contenidos de la nuestra que, tantas veces, busca a tientas.
Solamente teniendo una clara esperanza, las personas podemos lanzarnos a trabajar para hacer realidad los proyectos.
El envió periódico de esta Hoja quiere ser un humilde cauce para que tantas esperanzas difusas se iluminen a la luz de María y hagan que la realidad sea así más gozosa, puesto que la auténtica esperanza y la verdadera alegría son el único motor para actuar con fruto.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicado en:
Nuestra Señora de la Claraesperanza.
Hoja de América, nº 0.
La Montaña de San José, julio de 1990