Tolstoi. Todos recordamos una de sus grandes novelas: «Guerra y Paz». Puede parecernos que la paz es lo opuesto a la guerra. La no-guerra.

Y no es exactamente así. Naturalmente que, cuando la gente está agotada por las luchas, sueñan, desean con toda el alma la paz, aunque sea alcanzada con algunas claudicaciones. ¡Todo antes que seguir matando y muriendo!

Sin embargo, la guerra es fuente de heroísmos, compañerismos profundos, de un vivir siempre alerta, en tensión; saboreando minuto a minuto el milagro de vivir y de ese esfuerzo e inventiva tan necesarios para solucionar en cada momento lo imprevisto.

Cuando se alcanza la paz, aunque de momento sea como un néctar embriagante, a la larga puede ser aburrida por monótona y átona, y acaso se puede caer en la tentación, por puro tedio, de volver a hacer la guerra que, paradójicamente, es más vital.

Es que lo verdaderamente opuesto a la guerra no es la paz, sino «la fiesta».

En esta renace la camaradería por encima del estado social, la hermandad humana sobre las diferencias de la gente. La creatividad para alcanzar el entusiasmo, la inventiva para ser solidariamente felices. La fiesta sí que es la actividad tensa opuesta a la tensión de la guerra.

Gorbachev ofrece, deseamos que sinceramente, desarmar los ejércitos de la guerra fría, siempre prestos a pasar a cualquier enfrentamiento cálido. Dichosa época pues la actual. Pero no vayamos a caer en Europa, en el mundo, en la ociosidad vana de una paz adormilada en sí misma. Aprovechemos esa paz en ciernes, para transformar el silencio de las fábricas de armamentos, el tiempo vacante de los ejércitos, en una ociosidad llena de impulsos para ajardinar aún más el mundo para gozo y gran fiesta de todos.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
Revista RE, segunda etapa, Nº 4- 5.

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