Parece como si hoy, en la perplejidad de la recién estrenada postmodernidad, muchos hubieran tirado la “razón” a la cuneta, fiándose más de lo brumoso, esotérico, mágico o de astrologías. Ocurre así, incluso, en gobernantes conspicuos o yuppys que deciden hacer o no un negocio según aconseje su horóscopo, comprado en el kiosco de la esquina. Confusas sectas de todo tipo… El desborde de pasiones y sensibilidades… Y la razón es, sin embargo, una joya preciosísima que hay que rescatar.

Se comprende el proceso que ha llevado a semejante menosprecio de la misma. La “Ilustración” supervaloró a la razón. Creyeron que ella era como un talismán con el que conseguirían todo, incluso desvelar la incógnita del mismo existir. Durante la Revolución Francesa, introdujeron en la Catedral de París, sobre una gran bandeja, a una prostituta desnuda, coronada de flores, como símbolo de entronizar en el templo a la nueva diosa Razón. Después de dos siglos, este mito se ha desmoronado. La razón, por ser “nuestra” aunque grande, es limitada. Y al comprobar que a pesar de todo el desarrollo científico y tecnológico, el misterio sigue incólume – como repetirá Heidegger: más entendería que no existiera nada que no que exista algo- abdican de ella y, como una corona que de nada sirve, la lanzan al barranco de los desperdicios. Y es que habían esperado, soberbiamente, demasiado de ella. Y que, por encarnarla en uno mismo, a la vez nos sentíamos dioses, o sea, los máximos exponentes del Universo.

Vino primero la etapa de la “sospecha” en general y sobre la propia razón. Luego, la crisis de las ideologías; por último, el “desencanto” y el fin de esa “modernidad” nacida a finales del XVIII.

Ahora, nos hemos reducido a seres desorientados, agobiados por las terribles amenazas ecológicas, a causa de la propia civilización que hemos desarrollado. Y han ocurrido, en este siglo, as peores guerras de la humanidad, con su peligro atómico.

Hemos entrado en un período de “postmodernidad”, que no sabemos aún a dónde nos lleva ni por dónde saldremos de él.

Por la ley del péndulo, al desconfiar tan grandemente hoy de la razón, muchos caen en las redes de lo ilógico o de la evasión: droga, obnubilación, falsos paraísos… O locuras consumistas en gente que pierde la conciencia de su identidad profunda.

Urge, pues, rescatar la razón. La razón y libertad, aunque limitadas, son egregios tesoros verdaderos del ser humano. Por ello somos imágenes del ser absoluto.

Una Razón liberada de “influencias”, vanos engreimientos, y una Libertad razonada . Estas serán nuestras dos herramientas más eficaces, para ir ajardinando al mundo que tenemos en derredor, pues esta es nuestra tarea: con humildad, claridad y solidariamente, tratar de hacer más feliz, de modo auténtico, al género humano en la Casa común.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
Revista RE, Número 27.

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