En los primeros capítulos de «II nome della rosa», de Humberto Eco, el protagonista, Guillermo de Baskerville, mantiene una interesante conversación con el monje vidriero de la abadía italiana que visitaba. Después de hablar de las sustancias antiguas para colorear el vidrio de los vitrales y de comentarios acerca de los espejuelos que Fray Guillermo usaba y custodiaba como un tesoro –o sea, aquellas incipientes gafas del siglo XIV–, cuenta a este sorprendido monje, Niccola da Marimondo, la noticia de otro sensacional invento: «Me han dicho que en Catay, un sabio ha mezclado un polvo que en contacto con el fuego, puede producir un gran estruendo y una gran llama, destruyendo todo lo que hay alrededor a muchas brazas de distancia»

He participado recientemente en una «Cena Hora Europea» de las que organiza el Ámbito de Investigación y Difusión María Corral cuyo tema de discusión era el origen del Universo. Los físicos decían que hoy ya están en condiciones muy plausibles de explicar todo lo acaecido después de una centésima de segundo del «Big Bang». Yo les pregunté, en el terreno estrictamente científico –dejando de lado toda revelación religiosa y elucubración filosófica-, lo siguiente: ¿Qué dicen de la «pólvora»?; es decir, ¿qué era eso que estalló en el Big-Bang?. Y en segundo lugar, ¿qué «fuego» lo hizo estallar?

Los científicos suelen contestar que «eso» no es científico plantearlo. Remiten una y otra vez estas cuestiones a la filosofía –a la metafísica- o a la religión. No niego que una y otra tengan, o puedan, decir muchas cosas al respecto. Pero creo que el conocimiento de esta materia energética, o lo que fuere, que estalla, y el motivo por el que lo hace, no tiene por qué quedar fuera de la investigación científica. No es algo trascendente al Universo, como no son las causas inmanentes a sus respectivos efectos.

Afirmaban también los componentes de dicha Cena-Coloquio que algunos científicos, hoy, llegando a este lindero del Big-Bang, empiezan a aceptar el concepto de «creación». Pero, me parece que este neoconcepto de la ciencia está como mutilado y es contradictorio en sí. Afirman, sin más, la creación marginando un creador. Es como una «autocreación» a partir de la nada.

Pero, ahora dejo aparte esta cuestión y trato de plantear un problema distinto. Tengo la sensación de que los científicos, cómo asustados ante esta magna explosión, se dedican a estudiar cómo corre la lava, y no se atreven a mirar el cráter del volcán. ¡Que no pongan barreras a su campo! Ya que esta pólvora primera es algo fáctico como el Universo que al estallar produce, aunque sea de otra manera.

Encuentro natural que la gente atosigue a los científicos precisamente con esta cuestión. Otra cosa sería la afirmación de que, si en algún momento no hubiera habido nada, ahora no habría nada, porque la nada nada es y nada puede hacer. Por lo tanto, hay un ser que existe en sí. Esto sí que, en efecto, es un tema filosófico. Es propio, asimismo, de esta disciplina interrogarse por qué existe ese Ser, en vez de nada.

El científico, en cambio, estudia más lo que existe con realidad material o energética. Pero, limitarse solamente a estos efectos, sería como sí los especialistas en balística estudiaran tan solo la calidad y la trayectoria de una bala –que inaugura un espacio y un tiempo propios en su recorrido– y dijeran que no es competencia suya la escopeta que la disparó, aunque esa arma sea igualmente muy real e inmanente. Sin investigar la escopeta, no acabarían de desentrañar el por qué de la velocidad de la bala, ni tantas otras cosas. Ojalá un día los científicos se atrevan, como heróicos montañeros –y tengan medios para hacerlo–, a deslizarse por la cuerda y escrutar ese volcán que, una extraña circunstancia, causó por explosión el Universo, según dicen ellos mismos.

¿Acaso todo el universo acabará, después de una explosión, en una gigantísima concentración como uno de esos mal llamados «agujeros» negros, para estallar otra vez más en un nuevo Big-Bang?

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
Diari de Ausona, mayo de 1990
Poblé Andorra, junio de 1989
Diario de Terrasa, junio de 1989
Igualada, julio de 1989
Empordà, noviembre de 1989
Manlleu, novembre de 1989

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