Todos conocemos a alguna mujer que se llama María Dolores, o simplemente Dolores o, cariñosamente Lola, Lolita…
Llevan este nombre naturalmente, en honor de la Virgen Dolorosa. Todos los fieles recordamos también, alguna imagen de María al pie de la Cruz con su corazón traspasado de todos sus sufrimientos, al ver a su Hijo clavado en el Madero. O sentada, teniendo a Cristo ya descendido, yerto en su regazo. Es inolvidable la «Pieta» de Miguel Ángel que se admira y venera en la Basílica Vaticana.
La tradición y muchos teólogos señalan –aunque en los Evangelios no se cuente por obvio– que Cristo Resucitado se hizo presente ante todo a su Madre, María y Magdalena, que estuvieron, valientes, junto a la Cruz. Los Evangelios nos reseñan las apariciones de Jesús a Magdalena. Cómo no se iba a aparecer –y en primer lugar– a la misma Virgen María que fue la única que en el Sábado Santo mantuvo encendida la luz de la Clara Esperanza. Los Dolores de María se transformaron en Alegría una, plena, definitiva. La Iglesia celebra con ansia la fiesta de Nuestra Señora de la Alegría el lunes inmediato a la Pascua, ya que no la puede superponer litúrgicamente al Domingo de Resurrección.
¡Alegría de María! ¿Por qué conocemos tan pocas mujeres, –casi ninguna– que se llame así, también en honor de Nuestra Señora?
En este mes de mayo, primaveral, florido, especialmente mariano y celeste, gloriosamente pascual, ojalá que muchas niñas que se bautizaran durante estos días llevaran ese nombre vibrante de alegría para proclamar por el mundo el triunfo de los Dolores de María que se han convertido en eclosión definitiva de esplendente gozo.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicado en:
Divulgació Cultural, mayo de 1986.