En las diversas «Cenas Hora…» en que se ha coloquiado sobre la Universidad y en muchos otros congresos, opiniones autorizadas anhelan una formación integral de las personas. Ofrecemos a continuación la comunicación presentada en las VI Jornadas Anuales Interdisciplinares «Pedagogía global de la familia: encrucijada 2000», celebradas en diciembre de 1985 en Barcelona (España), organizadas por el Ámbito de Investigación y Difusión María Corral.
El joven que siente sorpresa y una gran curiosidad ante las cosas que va conociendo y, a la vez, una alegría. Vale la pena dejarle que exprese esta alegría por irlas comprendiendo y abarcando, tendrá deseos de estudiar todo aquello que le ayude para esta apasionante aventura.
Por el contrario, a quien no se le ha despertado esta ansia de conocer y conocerse, estará apático y abúlico frente al esfuerzo que conlleva estudiar e investigar.
Desde este presupuesto, cabe planear la educación y la enseñanza con el siguiente esquema realista existencial:
1.- En la familia y en los centros de estudio es conveniente, ante todo, hacer sentir al joven la sorpresa de existir él mismo, ya que antes, no era. Más aún, que podía no haber sido ni ser nunca jamás (por ejemplo si sus padres no se hubieran conocido)
2.- Es de esperar que el niño, el joven, al tener clara conciencia del hecho de que existe pudiendo no haber existido, sienta una grande, enorme alegría de vivir, libre y espontáneamente y hasta con exaltación manifestada de mil maneras.
Aquella sorpresa y este gozo son un gran motor para desarrollar todas las potencialidades del ser humano.
3.- Hay que ayudar al joven a que comprenda que si sus padres o la historia hubieran sido distintos, no se habría dado aquella circunstancia precisa y puntual en el tiempo y en el espacio, causa de su engendramiento. La Historia fue como fue, con sus avatares buenos y malos. Los contemporáneos de esos hechos gozaron o sufrieron, se comportaron bien o mal. De mucho de lo que hicieron tendrían seguramente que arrepentirse. Pero para nosotros la historia tal como fue, ha sido la oportunidad única que ha posibilitado nuestro más importante bien: el existir, fundamento para nosotros de cualquier otro bien. Si la Historia hubiera sido de otro modo, nosotros no existiríamos.
Por ello hemos de soportar con paciencia y hasta con buen humor en el presente, las consecuencias lógicas del pasado; pues sería una contradicción alegrarnos de que el pasado hubiera sido como fue –pues gracias a ello existimos– y no aceptar sus consecuencias tanto buenas como malas, en el presente. Lo cual no quiere decir que uno tenga que estar pasivo frente a estas actuales situaciones. Todo lo contrario. Debemos esforzarnos en corregir lo más posible esas consecuencias nocivas.
El joven es un hombre nuevo. No ha de tener remordimientos de lo que hicieron sus antepasados, ya que él no existía. Y tampoco resentimientos contra las demás personas ahora presentes, próximas o de cualquier otra parte del mundo, quienes tampoco son responsables de lo que hicieron sus antepasados contra los nuestros.
No hay, pues, que hacer recaer las culpas de los padres –o de las generaciones anteriores– sobre los hijos. El que sean en efecto hombres nuevos, libres de culpas e igualmente de glorias, es para ellos una nueva fuente de alegría primigenia. En estas circunstancias de autonovedad, es sin embargo bueno que conozcan la Historia tal como fue y, sin tapujos, la realidad presente fruto de aquella. Este exacto conocimiento puede ayudar a que se haga el esfuerzo de no repetir los errores, injusticias o crueldades cometidos en la Historia. Y así, sintiéndose lúcidos y amistosamente fraternos con todos los coexistentes, libres todos de remordimientos y resentimientos, es como se pueden sentir hacedores de una sociedad más equilibrada y gozosa.
También el joven debe aceptarse a sí mismo, pues ha de entender que su única posibilidad de existir es haber sido engendrado por su padre y su madre en aquel instante preciso. Ello le da una carga cromosómica determinada. Por lo tanto, es como es y quien es o no sería nada. Claro está que debe emplear sus energías en mejorar todo lo posible sus limitaciones y deficiencias. Esa cordial aceptación de uno mismo es, a su vez, otra fuente abundante de alegría y de energía vital.
Asumido lo precedente, es como se puede recibir con gozo y hasta gratitud toda la herencia cultural de los antepasados, que con tanto esfuerzo y sufrimiento a veces, fueron consiguiendo a lo largo de los siglos: desde hacer saltar chispas con pedernales hasta los antibióticos o las energías alternativas, pasando por todo el acerbo de arte y pensamiento. Hacerse con este patrimonio es acicate para el estudio profundo luego de cualquiera de las ciencias o normas del quehacer humano.
4.- Desde esta atalaya, el joven se sentirá impulsado también a otear nuevos horizontes: lo que queda por descubrir en todas las direcciones del saber, la cantidad ingente de inventos que aún se pueden lograr. Se les despertará así el ansia de investigación y creatividad.
5.- La razón humana no es una semidiosa que se encarna en nosotros haciéndonos divinos. Somos seres meramente contingentes. Creernos más de lo que somos, es una tentación a la que el racionalismo a ultranza es muy proclive.
Nuestra «razón» es nuestra y por lo tanto contingente como nosotros mismos. Es limitada y aunque tuviera por delante todo el tiempo que quisiera descubriría muchas cosas, pero no abarcaría más allá de su limitada potencia intrínseca. Todo esto quiere decir que la razón, por mucho que avance, se topa siempre a la postre con el Misterio.
La razón puede llegar a otear que si alguna vez no hubiera habido nada –nada ni nadie–, ahora no habría nada porque nada es nada y nada puede hacer. Ahora hay algo, luego siempre ha habido algo. Pero la razón humana no puede alcanzar a comprender por sí misma con claridad, qué es y cómo es ese algo que existe desde siempre y mucho menos saber por qué existe algo en vez de nada.
La razón hará bien avanzando en la investigación todo lo que pueda. Pero sería tonto –o sea, muy poco razonable– que se pusiera a patalear al topar con el misterio, que no sólo está en la ultimidad de las cosas sino también en la de los otros y hasta en el fondo de uno mismo. Los filósofos, tratan de palpar con sus teodiceas –que no de desvelar– ese Misterio. Lo mejor es que la razón, al tener una postura realista, sienta la alegría de llegar a donde pueda, aceptando con normalidad que siempre queda un misterio inabarcable para ella. Esta alegría y este realismo son otra fuente de impulso para seguir adelante en nuestra tarea global.
6.- Con el acerbo cultural asumido, enriquecido con las nuevas aportaciones de las investigaciones y creatividad propias y de nuestros contemporáneos, es lógico sentir un enorme deseo de «ajardinar el universo». O sea, hacer una buena aplicación de las ciencias económicas, sociales, políticas así como de las ecologistas, pedagógicas, etc., y de todo arte. Este colaborar a hacer más humano y habitable nuestro planeta –y en su día hasta las galaxias– es un renovado gozo y una nueva fuente de energía.
7.- Lo anterior despierta de ordinario un enorme sentido de solidaridad y de respeto a los derechos humanos, pues nada ni nadie es ajeno a nadie. Cada vez más, cualquier actuación humana significativa, ya en el terreno de las ideas o en el de la praxis, puede tener gracias a los mass-media y a otras repercursiones, consecuencias en cualquier parte por lejanas que sean.
8.- Solidaridad y respeto de todos con todos, que deben manifestarse especialmente en una solicitud para aquellos que estén al alcance de nuestra directa actuación, y de nuestra ternura.
9.- El ser humano que ha logrado lo anterior, está maduro para pasar un examen muy particular. Si lo supera con éxito, es como podrá acceder –y sólo así– a vivir la mayor plenitud que se describe en el apartado siguiente. Este examen es sobre nuestra aceptación gozosa del hecho de morir. Algunos dicen: «me gusta haber nacido, existir, vivir; pero no me gusta morir. Preferiría vivir sin tener que morir».
Esto significa que no les acaba de gustar ser lo que son: seres humanos. Preferirían ser como unos dioses. No se aceptan plenamente a sí mismos. Desearían ser de otra manera: inmortales. No se dan cabal cuenta de que son como son y quienes son, o ni siquiera existirían.
Los que no mueren son precisamente los seres humanos que hubieran nacido si la Historia hubiera sido diferente, pero que jamás llegarán a ser. Morir es la prueba de que he tenido el gozo de existir. Y aunque no hubiera nada para nosotros después de nuestra existencia terrena, que mi mismo yo se aniquilara, valdría la pena, aún así, de haber existido: de haber visto un amanecer o un atardecer, una rosa, o haber sentido una mano amiga; haber acompañado a otra persona, también existente, con nuestro amor, en su gozo o en su dolor.
Podrán venir revelaciones divinas prometiendo una pervivencia plena y feliz, más allá de la muerte, y muchos las acogerán con fe. Pero es bueno que todos alcancemos esa humildad ontológica (previa incluso para los creyentes) de aceptar lo que uno es –ser contingente– y gozarse de existir con la única clase de existencia que nos corresponde a los que no somos ni éramos dioses. Sólo si logramos alcanzar gozosamente esta humildad óntica, es como podemos abrazar y vivir con clara alegría nuestra vida, que es mortal.
Y esta nueva alegría, detonador de nueva energía, es la que nos podrá hacer pasar al estadio siguiente. A éste hay que invitar por último, al joven y ojalá desee llegar a él.
10.- Vivir en paz y fiesta.
Cuando la gente está sumergida en cualquier guerra, llega un momento en que se desea vehemente la paz, y hasta al precio que sea. Pero la paz no es lo opuesto a la guerra. La guerra es acción, continua expectación, acicate para la iniciativa, es sorpresa, plataforma de grandes amistades y heroísmos.
Lo opuesto a la guerra no es la paz sino la Fiesta, que encierra la misma brillante y despierta actividad que aquella, pero de signo contrario. Quienes quedan sólo en la paz y no sepan llegar a la fiesta, volverán –aunque sólo sea por aburrimiento– a hacer guerra, no importa contra quién: vecinos, parientes o naciones.
¡Paz y Fiesta! ¡Saber vivir en Fiesta! Vivirla con todas nuestras fibras y energías. No es fiesta verdadera si no es global, de todo el ser humano. Su psique y su cuerpo. El ágape, tanto en la cultura griega como cristiana, es la máxima expresión de la alegría de haber sido traídos a la existencia, de compartirla con otros, de manifestar nuestro gozo de ser algo en vez de nada.
Este esquema de estudios será bueno que se imparta cíclicamente al niño, al joven, al adulto, profundizando cada vez más los temas según la progresiva capacidad receptora y comprensiva de los individuos.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicado en:
Revista RE segunda etapa, Nº 7, septiembre de 1988.