Desde pequeños nos han enseñado esta palabra como algo sacrosanto, algo esencial para el hombre.
Filológicamente, trabajar quiere decir aplicarse en la ejecución de una cosa para conseguir algo. Ocuparse en un ejercicio o ministerio como función propia o como medio de ganarse la vida.
Al estudiar historia vemos que el concepto y las maneras de trabajar ha tenido una larga evolución y se a realizado de muchas maneras.
Se pueden, todavía hoy, visitar países con grandes ríos y bosques y poca densidad de población en que los aborígenes de estos lugares pueden vivir sin necesidad de trabajar. Hace calor y un trapo les vale; de mil modos, plumas, ungüentos, piedras sirven a veces de bellísimos ornamentos. Cortan amas y se hacen una casa para independizarse de la familia, casarse, etc. Alzan o bajan la mano y cogen frutas, tubérculos y comen; ponen unas trampas y fácilmente pescan (ambas cosas como un deporte) y sacian su hambre con un equilibrio calórico y nutritivo muy adecuado. Incluso tienen conocimientos empíricos (como hasta los perros) de una terapéutica de hierbas, etc., bastante eficaz para sus dolencias comunes; también saben reducir una fractura de las extremidades, las cuales reducidas y rodeadas de tierra que dejan secar al sol, equivalen a unos yesos de inmovilización que al cabo de las semanas resuelven el problema. Viven para el ocio, para la conversación, para el canto, para la danza, para el amor. Podría recordaros esto lo del buen salvaje de Rousseau pero, a veces, el ansia de poder, la lucha para alcanzarlo, creadora de odios, resentimientos, venganzas también a veces, estropean esta visión idílica. Máxime cuando vienen extranjeros buscando riquezas minas, cultivos, etc., que infieren e imponen nuevas culturas y obligan a hábitos que para satisfacerlos ya no es bastante aquel vivir anterior sin trabajar.
Los pueblos fuertes, tantas veces, esclavizaban países y los convertían en servidores para su conveniencia, intereses, desarrollo, etc.
¡Qué fácil era hablar de democracia cuando en una ciudad había 30.000 ciudadanos y 3 millones de esclavos, sin voz ni voto ni derecho alguno, pudiendo ser vendidos, matados a capricho, sin piedad!
Las revoluciones de los esclavos lograron pasar la sociedad a un sistema de mayor libertad y dignidad. En occidente se pasa a los siervos de la gleba. Las tierras son del rey o de los nobles. El siervo es libre y los frutos de la tierra que cultiva debe entregarlos al dueño. Éste amula bienes para hacer castillos, vivir con un boato propio, pero también se compromete a proporcionar la mitad de las semillas y con sus ejércitos defender a sus siervos de invasiones y ataques.
Sigue evolucionando el modo de trabajar, nace el comercio, nace la burguesía; y ésta, enriqueciéndose, provoca la revolución industrial con el avance de las ciencias técnicas, y surgen las masas de trabajadores. No son esclavos, tampoco siervos pero están atados por unas normas que impone el trabajo industrial, horarios obligatorios, trabajo regular o monótono, más o menos especializado.
Gente que ve necesario “vender su trabajo”, como algunas mujeres se ven necesitadas a vender amor y cobrar por ello. Hombres y mujeres son prostitutos y prostitutas del trabajo. Los dueños quieren pagar lo menos posible, cobrar lo más posible por sus productos, ganar lo máximo, y manipulan y explotan la masa obrera sin demasiados escrúpulos ni sensibilidad social ni viviendo lo que es la real fraternidad existencial entre todos los seres humanos Naturalmente esto provoca las reacciones violentas de los obreros pidiendo horarios más humanos, vacaciones, salarios más altos y justos. Se defienden creando sindicatos, se apoyan en nuevas ideologías socializantes. Largas luchas tan dolorosas. Y se ha avanzado mucho.
Sin embargo, la nueva tecnología revoluciona de nuevo toda la industria, la mecanización, los robots, la informática, etc., y hace ya inútiles las anteriores grandes masas de productores. Se puede atender y más baratamente, las necesidades de los consumidores suficientes para mantener en buen estado la industria, sin necesidad de convertir en consumidores al exceso de productores necesarios. Excesos que sólo dan problemas. Obligan a más casas de vivir, más carreteras, maternidades, escuelas, proporcionar diversiones, ocio, hospitales, seguridad social, pensiones, peligros ecológicos, etc., para que puedan tener al menos un mínimo de vida digna humana.
Pero éstos difícilmente se conforman con este mínimo, quieren más, se sublevan y exigen más puestos de trabajo (prácticamente inútiles), refugiarse en una holgada administración baldía que por las mismas técnicas se puede simplificar manteniendo su eficacia; o aumentando los funcionarios nada funcionales, y los seguros sociales, como los seguros de retiro, cargando excesivamente la posibilidad de la cultura del bienestar.
Masas que sobran, de ahí impulsar los planes de anticoncepción, contraconcepción, abortos, eutanasias activas, leyes muy fuertes, por ejemplo en China, de punir el tener más de un hijo, etc.
Ante todo esto algunos querrían volver a la modernidad corrigiendo en lo posible sus errores, la cual, habiendo prometido un progreso indefinido gracias a la técnica, ha llevado a los peores fracasos: las peores guerras de la historia, la mayor diferencia entre ricos y pobres y poner en peligro la ecología. Sin embargo, empieza una nueva era. Nadie ha pedido nacer. La familia, la sociedad los ha hecho existir y ha de asegurar un mínimo de vida digna humana hasta el final de sus días, tanto si el nuevo ser quiere trabajar como si no quiere. La responsabilidad de existir no es suya sino de aquellos que los engendran. Hay que tener paternidad responsable. Claro está que los padres deben dar ejemplo de la alegría de existir incluso aceptando con gozo la muerte, resumen de todos nuestros límites, porque significa que existimos, dado que los únicos que no mueren son los que no existen. Con este ejemplo positivo y gozoso, los padres pueden “conquistar” que los hijos también disfruten de ajardinar el “universo”, “trabajar” porque quieren, y ajardinar por amor el universo que está a su alcance.
No son, así, forzados prostitutos del trabajo, sino seres libres que, por otra parte, encontrarán su gozo, su alegría y todo lo que necesiten para vivir con una progresiva mayor dignidad humana.
Serán amigos, habrá paz. “Ese” trabajo será una fiesta.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Publicado en:
Revista RE, Número 39