Esta sugerente entrevista al Profesor Ruiz Giménez, me ha hecho recordar unas conversaciones que tuve con él en los años 60.

Era yo, por entonces, un miembro del equipo directivo de un «Colegio Mayor» de la Universidad de Barcelona. Seguía, por ello, muy de cerca, los problemas y las vicisitudes de los estudiantes. Habíamos hablado juntos de esos temas.

Cuando un obrero, que ya tiene su puesto de trabajo en general, terminada la «mili», y reincorporándose a él –y progresando en él–, ya ganaba un salario en general le ponía en condiciones de poder realizar su sueño y su deseo, de casarse, formar una familia, tener unos hijos. En cambio, los estudiantes terminan sus carreras a los 24 o 25 años y luego tienen que realizar aquél servicio militar que habían postergado con sus prórrogas por estudios. Pero al volver de la mili, necesitan mucho tiempo aún, para abrirse paso en el ejercicio de sus carreras. ¡Cuánto tardarían seguramente en poder estar en condiciones de casarse!

Es un derecho humano poder hacerlo en el momento oportuno de su fisiología y de su corazón, y no quedar condenado a vivir situaciones anómalas o profundas marginaciones en su hondón afectivo.

Nos parecía que no era justo que a los estudiantes, que precisamente se esfuerzan para ser muy cualificadamente útiles para la sociedad, se vean en esa situación tan aberrante.

¿Por qué no se facilitaban –nos preguntábamos– un tipo de Colegios Mayores Universitarios para estudiantes casados –o adecuar para convivir en los ya existentes?– Entre tanto, sería una facilidad económica al ahorrar, de momento, un domicilio. También, en igualdad de condiciones, primar becas a los estudiantes casados y también después, entre los del mismo nivel, dar preferencia en los posibles puestos de trabajo a éstos.

Fueron surgiendo, además, otras sugerencias igualmente justas y que podían resultar muy eficaces.

Determinamos ir a ver al Profesor Ruiz Giménez que era en aquellos momentos Ministro de Educación.

Desde el primer momento, sintonizó perfectamente con estas preocupaciones que le manifestaban los estudiantes. Prometió la planificación de todas aquellas sugerencias, para llevarlas a la realidad lo antes posible. Y, en efecto, en su Ministerio empezaron a estudiarlas con ahínco.

Pero, desgraciadamente, por no ser ahora razones del caso, a poco, presentó la dimisión de ministro. En aquella barahúnda, todo quedó desbandado.

¡Cuánto los estudiantes y yo sentimos perder aquel valedor en aquél Ministerio!

Sirvan estas breves líneas, como un sincero homenaje al que fue tan comprensivo con esa lacerante realidad de la clase estudiantil… que todavía sigue.

Alfredo Rubio de Castarlenas

Publicado en:
Revista RE tercera etapa, Nº 32, Julio de 1992.

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