En el corazón inmaculado de María sentimos que el corazón de tantas madres late conjuntamente. Aquel corazón que se abrió al anuncio del Ángel. Aquel corazón que latía con la visita de cada pastor y cada mago. Aquel corazón que tenía y tiene razones que la razón no entiende. Aquel corazón de María que pensaba porqué su Hijo se había portado así con Ella y con José. Aquel corazón de discípula que aprende de su propio Hijo. Aquel corazón traspasado al pie de la cruz. Aquel corazón que no se cansaba de esperar. Aquel corazón que latió con fuerza cuando reencontró a su Hijo Resucitado.

 

Aquel Corazón de madre, con el cual laten los corazones de tantas madres del mundo:

Madres solteras que luchan solas para salir adelante.

Madres empresarias que concilian trabajo y familia.

Madres viudas que quizás han visto doblar su duelo con la muerte de un hijo.

Madres abandonadas en los países de origen por sus esposos o los hijos que han emigrado.

Madres de familias numerosas que se multiplican para atender maridos, hijos y nietos.

Madres que se levantan todas las veces necesarias para atender al infante que llora.

Madres que hacen cola para ir a buscar alimentos o medicamentos.

Madres jóvenes que han salido adelante con un embarazo, aún sabiendo la enfermedad del hijo que había de nacer.

Madres trabajando en el campo, con la hijita en las espaldas.

Madres que amamantan al recién nacido en una silla baja.

Madres que llevarán siempre el duelo de haberse visto forzadas a abortar.

Madres maestras, maestras madres.

Madres al pie de la cama de la hija enferma, del abuelo al que se ha debilitado el entendimiento. Madres que velan detrás de los cristales de una UCI.

 

¡Oh, María de corazón inmaculado, danos un corazón de carne, empático con cada gozo y cada alegría, con cada dolor y con cada nueva esperanza!

Texto: Jaume Aymar Ragolta

Producción: Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza

 


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