«La mayoría de las personas desean en lo más profundo de su ser, la paz», así empieza la Carta de la Paz dirigida a la ONU que la Universitas Albertiana promueve desde 1993. Esta afirmación nos invita a sincerar si somos parte de esta “mayoría” o no. Cuando el día a día se ve tranquilo, puede ser que demos por supuesto este anhelo, pero cuando no es así se ve más claro que hay personas que no la quieren y ojalá no seamos una de ellas. El mundo en el que vivimos está lleno de conflictos, a pequeña y gran escala.

Con todo, de los deseos a los hechos hay una distancia, es decir, querer la paz, no implica siempre destinar esfuerzos a cultivarla, menos todavía si la vida aparentemente funciona bien. Pero cuando no todo pinta bonito, aún siendo una prioridad, puede sorprendernos tan improvisadamente que incluso los más pacíficos pueden caer en el juego de la violencia. La construcción de la paz es un trabajo muy delicado, requiere estar siempre alerta, especialmente cuando hay crispación, estamos en peligro, o nos vemos atacados. En estos casos es más fácil actuar irresponsablemente o buscar respuestas inmediatistas cayendo en la trampa de la urgencia.

El comentario de María Paz –es el nombre real de una de las personas que participan en las Jornadas de Soledad y Silencio en Santiago de Chile- sobre la multitud de personas que hacen cosas positivas todos los días y pasan desapercibidas, y su referencia al homenaje realizado hace poco a Don Raúl Silva Henríquez, con motivo de los 110 años de su nacimiento, así como la fiesta que vive Chile este año conmemorando los 100 años de Violeta Parra -y cincuenta de su muerte-, nos hizo reflexionar sobre el valor de hacer perqueños diques para contemplar cómo podemos ser mejores. Dedicar tiempos para no hacer nada más que silencio.

Y, María Paz, que tiene el nombre muy bien puesto, nos decía con emoción que hemos de tomar conciencia que todos tenemos repercusión en los demás y es muy diferente que nos respeten a ejercer el poder sobre ellos, o manipularlos. En educación prohibir u obligar genera distancia entre el adulto y el niño.

Construir la paz es un trabajo cotidiano –personal y grupal-, implica revisión, reflexión y cambiar las actitudes que no facilitan la convivencia, también cuidar las relaciones con los demás, e incluso discernir que a veces es mejor tomar distancia. Cuando ha habido una vulneración, violencia, abuso, o cuando una de las partes o las dos, sienten que han sido heridas, restablecer la comunicación puede implicar un proceso de años y a veces no se recupera nunca de forma completa la confianza, se logran algunos acuerdos y pactos pero nunca vuelve a ser lo mismo, sólo las partes afectadas saben el precio de una paz fría. Vivir en paz no significa ser amigos ni estar siempre juntos. No es fácil, aplicarlo conlleva a veces un gran esfuerzo y una renuncia que no siempre estamos dispuestos a realizar.

Estar entre los que hacen todo lo posible para que la vida sea más agradable para uno mismo y los que le rodean, es una decisión de cada momento.

Estos días vale la pena releer la Carta de la Paz completa.

Elisabet Juanola Soria

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