Debemos cuidar nuestro cerebro, ya que cada día sabemos más de él. Eso no excluye la razonable necesidad de cuidar todo nuestro organismo humano. Es una realidad muy evidente que existen una serie de procesos patológicos que afectan de una manera especial a nuestro cerebro y que son más frecuentes en la medida en que la longevidad de las personas es más elevada.

Según estudios basados estadísticamente sobre la edad límite de las personas, se dice que los niños que nacen actualmente podrán vivir alrededor de ciento veinte años de promedio. Esto va ligado a una serie de progresos científicos que probablemente vencerán enfermedades de tipo oncológico o aquellas que producen demencias o las de tipo vascular, como más importantes.

Sin duda, el incremento de los descubrimientos científicos, dan y darán un espectacular vuelco a la salud para que la vida de las personas se prolongue y además con cierta calidad. Hoy son muy conocidos los promedios de vida de muchos países en los que hay un cierto bienestar, por ejemplo, en España se centran entre los 80 y 82 de edad, a diferencia del año 1950 en que esta apenas alcanzaba los 60 años.

Las neurociencias dan unos pasos sólidos de tal manera que facilitan que se conozca cada día más aquella «caja de sorpresas» que llamábamos cerebro. Es impresionante ver que trabaja a un ritmo vertiginoso, ya sea de una manera consciente o inconsciente. Ochenta mil millones de neuronas constituyen una magnífica red que comunica el cerebro con el resto del organismo. Hoy se conocen con más precisión las áreas del cerebro y el funcionamiento de las neuronas, y también las causas de su destrucción, así como la forma de transmitir los impulsos nerviosos, entre otros descubrimientos. El conocimiento del cerebro ofrece más datos que afectan a los aspectos tanto emocionales como racionales, ya sea con uno mismo o con los demás. Hoy se ubican estas funciones en el cerebro gracias a sofisticados recursos técnico-científicos, en áreas en que al lesionarse estas se producen unos efectos concretos como el ictus, problemas de movilidad, del habla, etc.

Para el cuidado de nuestro cerebro, hay que tomar conciencia de algunos hábitos significativos para dar mejor calidad de vida: alimentación, ejercicios físicos moderados, evitar el estrés, el descanso adecuado, dormir las horas necesarias, suprimir el exceso de alcohol, por ejemplo, como en el caso del alcoholismo o ciertas drogas que producen la muerte de gran número de neuronas. El mismo hecho de valorar la dimensión intelectual, que abarca nuevos aprendizajes: idiomas, técnicas de estudios superiores… obliga a ejercitar ciertas áreas que ayudan a mantener una calidad de vida. Por ello es necesario no renunciar a mantener los conocimientos científicos de las profesiones que uno ha ejercido. La jubilación o prejubilación no debe consistir en abandonar las inquietudes o reducir el ritmo intelectual, se trata de mantener la capacidad de tomar decisiones, hacer ejercicios de memoria o potenciar la capacidad de relación con los demás.

Todo ello no excluye que se debe seguir atentos a los fallos graves de memoria, especialmente de la reciente. Insisto en la palabra grave, porque el simple hecho de no acordarse de un número de teléfono o el nombre de una persona no tiene porqué considerarse como un síntoma grave. Para que así sea debe estar acompañado de otros síntomas como el olvido de rutas habituales, la duda en la identificación de personas próximas y demás síntomas que el médico tiene que valorar.

Hoy se distinguen bien las demencias, entre otras las causadas por afecciones tipo Alzheimer, derivadas de un síndrome frontotemporal. Realmente, como toda medicina, la evolución del conocimiento de los órganos, hace que se pueda explicar, en consecuencia, muchas enfermedades y tratarlas con más precisión.

Josep M. Forcada Casanovas

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