Señalaba Manuel Castells, en un artículo del 19 de enero pasado, que existe una auténtica “conspiración contra Europa”(1).  Según él, se está viviendo la pugna entre dos modelos culturales distintos y en muchos aspectos divergentes. Podría sintetizarse así: el modelo de la Europa más liberal, pluralista e ilustrada, puesta en jaque por los nuevos populismos xenófobos y ultranacionalistas. Estos últimos se autoproclaman defensores -a su modo- de la tradición judeocristiana, contra lo que consideran una invasión del Islam en territorio europeo. Un decidido impulsor de esta visión en Europa, según Castells, es Steve Bannon, exasesor de Donald Trump.

Cada uno de los modelos entiende de manera distinta la gestión de los intereses nacionales con el resto de los países. Pero también y sobre todo, contrastan en la comprensión de fondo sobre el ser humano, el mejor modo de construir sociedad, la familia y la relación entre hombres y mujeres.

Qué está en juego

El modelo originario de la Unión Europea nació para sostener la paz alcanzada, con una realidad nueva e integrada entre países “unidos en la diversidad”, tras las lecciones aprendidas en las dos guerras mundiales. Ese modelo entiende de manera inclusiva y abierta derechos fundamentales como la dignidad de todo ser humano, la libertad, la igualdad, la solidaridad, el Estado de Derecho, la ciudadanía y la justicia. En este conjunto se detectan rastros de la visión judeocristiana sobre la persona humana, el humanismo grecorromano y el pensamiento científico e ilustrado de la modernidad. Aunque no carece de defectos e incoherencias, este modelo ha creado sociedades que combinan la libertad económica, de pensamiento y expresión, con los mecanismos igualadores del Estado del Bienestar. ¿Y no es cierto que la acogida de los inmigrantes y una tensión hacia la justicia social son parte clave de esta manera de construir sociedad?

En esta pugna de modelos está en juego la redefinición del humanismo europeo del siglo XXI. Está claro que debemos perfeccionarlo, liberarlo del lastre racionalista y etnocéntrico, hacerlo avanzar hacia el futuro, conservando su capacidad de abrirse a lo distinto, de gestionar las diferencias, de cuestionarse a sí mismo, de hacer avanzar los modelos democráticos. Nos encontramos en esta disyuntiva: ¿impulsamos sociedades más abiertas, o nos reforzamos en lo que conocemos, lo cercano, lo que nos es familiar?  Aquí entra la relevancia de las mujeres.

Un aspecto clave de ese Occidente hoy cuestionado es que ha logrado -a veces con sangre- mayores cotas de igualdad entre los sexos y mayor corresponsabilidad entre todas las personas en los asuntos públicos. Queda mucho por recorrer, pero justamente por eso no debemos dar ningún paso atrás. La participación de las mujeres en todos los campos ha enriquecido mucho la administración pública, las empresas, la sanidad, el arte, el pensamiento, la ciencia, la enseñanza, la literatura… Sin idealizar a las mujeres -seres humanos con los mismos límites y tentaciones que los varones-, es evidente que la sociedad no podía avanzar si ellos seguían gestionando solos todo el espacio público. La aportación femenina está desplegándose y mostrando todo su valor. ¿Nos atrevemos a emprender juntas este discernimiento en común y participar en él con quien piensa distinto? Si somos capaces de gestionar nuestras diferencias podremos ayudar a los millones de mujeres que aún viven bajo el imperio de los varones de su entorno.

Obviamente en Europa hay mujeres que defienden ambos modelos de sociedad, tan divergentes entre sí. Pero sin caer en estereotipos, debemos aportar nuestras capacidades para dialogar entre nosotras, impulsando estrategias de diálogo social. Y desde los distintos estilos, defender a los más débiles -de cualquier etnia o lengua- en los entornos privados y públicos. Con nuestros hermanos varones debemos seguir revalorizando los espacios de intimidad que son las viviendas, así como el cuido del entorno y la ecología. Los días 8 de marzo deben servir para hermanarnos más entre nosotras y con ellos.

No podemos reducirnos a cultivar nuestra trayectoria individual, nuestra familia o barrio. Tampoco caer en las trincheras irreconciliables de las luchas de poder.

Las mujeres en Europa somos necesarias para construir, en igualdad con los varones, la sociedad plural y respetuosa del futuro, también fuera de nuestras fronteras.

La decisión es nuestra.

Leticia Soberón

(1)    Castells, M. https://www.lavanguardia.com/opinion/20190119/454199370917/conspiracion-contra-europa.html?utm_campaign=botones_sociales&utm_medium=social&utm_source=whatsapp

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