Buen Eulalio Ferrer, leal amigo,

que a nuestro caballero Don Quijote

–triste y cansado al fin de tanto trote–

le diste en tierra azteca, paz y abrigo.

 

Protegido en tu hogar, no hay enemigo

que pueda ya cercarle con garrote.

Ni nadie colgará un nuevo mote

a su mente fecunda como trigo.

 

Arrogante y tranquilo, le contemplo

por tus salas. Y en ellas, hechas templo,

has puesto a Don Quijote bajo palio.

 

Tanto, que recostado en esa ara,

yo barrunto que acaso le gustara

llamarse aquí, para tu honor, Eulalio.

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Comparte esta publicación

Deja un comentario