El adulto posible que soñamos
no ha matado, soberbio, el niño que era.
No ha quedado, tampoco, entretenido
en hilos infantiles que le frenan.
El adulto armonioso que soñamos
en su esplendor ni olvida ni desprecia
al viejo que será más adelante.
Ahora ya con ternura lo alimenta.
El adulto riente que soñamos
no marcha en soledad por la existencia.
Da la mano a su infancia y su vejez;
¡fecundo al intercambio de experiencias!
El adulto integrado que soñamos
es a la vez la suma y diferencia
de ese niño y anciano bien crecidos,
nada rivales, que a servirse juegan.
El adulto gozoso que soñamos
contempla hacia adelante y hacia fuera
y ama al mundo, a la gente y a las flores
al amigo, al buen Dios y a las estrellas.
El adulto irisado que soñamos
saca siempre de sí sorpresas nuevas.
Convierte infatigable en realidades
su sonora cascada de potencias.
El adulto perfecto que soñamos
nos parece lejano cual estrella.
Pero es cierto también que cada uno
de nosotros un día ser quisiera.
Con motivo de las Jornadas Interdisciplinares del “Ámbito María Corral”, sobre el “Nuevo Adulto”.
Alfredo Rubio de Castarlenas