Cuántas veces hemos oído, e incluso utilizado, aquella expresión que dice “predica con el ejemplo”. No podemos negar que esta expresión está llena de verdad. Tanto es así, que se ha transmitido a través de la sabiduría popular, convirtiéndose en uno de sus dichos.
Si nos centramos en el mundo de la educación, parece lógico que difícilmente podemos pretender enseñar cosas distintas a las que nosotros mismos practicamos. Estamos hablando en este caso de la coherencia entre el ser y el hacer.
El valor de la ejemplaridad tiene una gran fuerza cuando nos movemos en el ámbito de los valores. Difícilmente una persona puede ser un auténtico promotor de la paz en la sociedad civil, si él mismo actúa de forma despótica e intransigente con los que conviven a su alrededor.
Esta regla tan obvia que afecta a la manera en que transmitimos los valores. No funciona de manera tan evidente cuando hablamos de ejemplarizar con nuestra experiencia de vida a las nuevas generaciones. La rapidez con la que se producen los cambios sociales, la incesante evolución de la tecnología y la irrupción de nuevos modelos de negocio, crean un entorno cada vez más complejo y fragmentado. No se parece en nada al mundo en el que se han forjado las generaciones precedentes.
Lo que sí es común a todas las generaciones es la importancia que da el individuo a cubrir sus necesidades primarias. Esta son, en primer lugar, la de tener un trabajo que le proporcione autonomía y recursos económicos y, en segundo lugar, la salud que le permite trabajar y disfrutar de dichos recursos.
Vivimos en una época en la que la evolución exponencial que está experimentando la tecnología facilita una mejora muy sustancial de la salud de las personas, a la vez que un aumento de su esperanza de vida. Sin embargo, por otra parte, se está reduciendo el modelo intensivo de utilización de mano de obra en el mercado laboral, lo que provoca una gran dificultad para poder ofrecer un puesto trabajo a todas las personas que están en edad de trabajar.
Esta terrible paradoja provoca en las nuevas generaciones una gran sensación de incertidumbre derivada de la dificultad para generar, con una cierta seguridad, unos recursos que le servirán para conseguir su autonomía personal.
Y para superar esta incertidumbre, los más mayores tenemos tendencia a utilizar como estímulo el ejemplo de nuestra experiencia pasada y explicar cómo con un gran esfuerzo superamos en su día, nuestras dificultades.
Sin darnos cuenta y de buena fe, esta transmisión del ejemplo crea en las nuevas generaciones una mayor angustia y desconcierto sobre sus vidas. Y esto es así, porque nuestra experiencia está sustentada sobre un mundo que se construyó sobre las certezas, sobre unos valores sólidos. Sobre un modelo de contrato de trabajo fijo y en el que la cultura del esfuerzo permitía siempre obtener resultados.
Y, sin embargo, nuestro mundo ha cambiado totalmente y la historia de las nuevas generaciones se está construyendo sobre la complejidad, la incertidumbre, unos valores líquidos, la transitoriedad y el cambio continuo.
Está claro que en el actual entorno, nuestros jóvenes deben encontrar nuevas estrategias y herramientas que les ayuden a mejorar su capacidad de adaptación. Es por ello que el valor de la ejemplaridad pierde peso en el “hacer” y difícilmente puede aportar respuestas a las nuevas situaciones que se vienen generando.
Muchas veces el ser humano, ante la novedad, tiende a ser pesimista sobre el futuro y a mirar hacia atrás buscando respuesta en las experiencias vividas para resolver los retos que entraña el presente. Si en realidad queremos apoyar a nuestros jóvenes, centremos nuestros esfuerzos en la transmisión del “ser”. Dejemos de fijarnos en la parte estética de nuestra experiencia (en el qué y en el cómo), y centrémonos en lo que realmente es coetáneo a todas las generaciones. La confianza en el individuo y en su capacidad para gestionar la complejidad son decisivos para poder gozar de un enfoque más positivo y realista de la vida.
David Martinez