Mc 11, 1 – 10
Se habla de la Cena de Cristo, de Jesús, del Hijo del Hombre en este día antes de la Pascua. Entra en Jerusalén rodeado de las aclamaciones del pueblo y entra contento de ver que la gloria de Dios Padre se manifiesta. Para eso ha venido Él, para ser rey del mundo. Eso lo dicen los niños pero si ellos callaran, como dicen algunos que se escandalizan, hasta las piedras hablarían. Él entra con este animal humilde, sencillo, un pollino (como le llama el Evangelio), en vez de entrar como lo hacían los guerreros triunfadores cuando volvían de la guerra montados a caballo. No, Él entra con este animal humilde que sirve a la gente más bien pobre, sobre todo, para los trabajos del campo. Además, es un animal que no despierta demasiada admiración ni envidias. Entra con este animal que la escritura ya señala muchas veces como un animal de paz, de trabajo, de buena armonía. Nunca se ha dicho que se hiciese una guerra montados en burro. En cambio sí que se le ha usado para llevar muchas cosas además de servir para un trabajo fecundo para el bien de la economía doméstica.
En los tiempos modernos, Jesús vendría triunfante a visitar a todos los cristianos en un cochecito utilitario para poder ir de un lado a otro y con la cabeza y el brazo en la ventanilla bendiciendo a la gente. Así, humildemente, sin ninguna prosopopeya. No vendría apuntando con un tanque ni con un tren blindado de esos que llevan misiles. Vendría así, tranquilamente, con un utilitario. Es preciosa esta imagen de Jesús en Jerusalén. Aquel pollino lo han adornado un poco, le han puesto un paño encima, y Jesús se ha mostrado en él. La gente le puso una alfombra de fiesta y cortaba ramas de los árboles para hacer un bosque en movimiento.
Recuerdo yo que en Camerún, un día, fui a celebrar una misa de domingo en una parroquia. A la hora de la comunión, la gente se ponía al lado para recibirla y al son del tam tam se movía discretamente. Llevaba en las manos unas ramas de palmas o de otros árboles, algunas en flor, perfumando, así, el ambiente y dando una nota de color. Todo ese bosque que se iba poniendo al lado, ese bosque de gente que se había puesto a la derecha e iba acercándose para recibir la comunión con música, con movimiento ondulado, era realmente un espectáculo maravilloso. Era como si toda la naturaleza se hiciese viva, se hiciese aclamación.
Eso pasaría allá. Todo un mar moviéndose por las plazas y calles: ¡Hosanna en lo alto del Cielo, bendito el que viene siendo la misericordia del Señor!
El Señor, Dios Padre, tiene entrañas de misericordia, es decir, que el corazón se vuelca paternalmente, amorosamente, con los que son míseros. Misericordia quiere decir que el corazón está abierto a los que pasan hambre, injusticias, angustias, ansiedades. ¡Qué maravilla!
Eso no lo entiende el mundo. El mundo del poder no entiende a los que están hambrientos, necesitados… Eso es algo que da trabajo, preocupaciones… Además, estos marginados no sirven para nada. Para ellos sería mejor eliminarlos sin tener en cuenta que son personas humanas, que son hijos de Dios. En cambio, Dios Padre (de ello es un testimonio este Domingo de Ramos) a estos marginados que el poder quería eliminarlos porque son un dolor de cabeza inútil, los conoce por su voz, por su nombre, los ama como ama a todos porque son personas, son reflejos de Dios Padre. Son otros cristos. Son almas que un día serán señores del Cielo.
Sepamos también nosotros en este Domingo de Ramos – como Jesús tenía y nos enseñaba – tener abierto nuestro corazón lleno de misericordia.
Alfredo Rubio de Castarlenas
Homilía del domingo, 31 de marzo de 1985, en la obra Religiosa Social de la Compañía de la Virgen, Barcelona.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra