Como sabéis vosotros, Lázaro resucitó para volver a morir luego cuando llegara su hora. Pero con esa resurrección renacería en él la alegría de existir y de vivir. Tendría una profundización en este tesoro que tenemos de existir. 

Y es que, abrazamos con alegría nuestra muerte o no podemos abrazar con alegría plena nuestra vida que es mortal. Si nos fastidia la muerte no nos acaba de contentar la vida, que es mortal. Sin darnos cuenta de que, somos seres mortales o no existiríamos. De manera que ¡qué suerte es ser mortal porque eso quiere decir que existo! Y no tengo otra posibilidad de existir más que esta. 

Supuesto esto, que tan largo es y tanto habéis oído las consecuencias que están en su entorno, sacamos hoy de la mano de Lázaro resucitado esta consecuencia: que solamente el que está abrazando con alegría plena su vida, que es limitada, mortal,  tiene – parece una paradoja esto – tiempo de perder el tiempo, de perder el tiempo conversando con los demás, encontrándose bien sencillamente con los amigos, sin prisa. Tiene tiempo para todo. En cambio, el que patalea porque no le gusta ser mortal y querría ser un dios inmortal (le gustaría vivir, sí, pero con una vida inmortal, es decir, no ser hombre sino ser un dios), entonces, como está pataleando queriendo ser un dios, crece su ambición (lo quiere abarcar todo, lo quiere saber todo, lo quiere poder todo, lo quiere tener todo, como Dios),  no tiene tiempo para nada porque emplea todo su tiempo en tratar de hincharse e hincharse lo más parecido – ya que no lo es – a Dios. No tiene tiempo para nada. O sea que el ambicioso no tiene tiempo para nada.

El que es humilde, el que está contento con ser nada más que lo que es, tiene tiempo para todo. Tiene tiempo, tiene sosiego y tiene paz para todo y todo lo hace con tranquilidad aunque parezca una paradoja que por tener menos tiempo tendríamos que tener más angustia y tener menos tiempo para todo. Pues no, al revés, cuando uno ha aceptado no ser un dios, tiene tiempo para todo. 

Y también lo mismo les pasa a los que patalean porque no están conformes con esta vida – existen, y les gustaría tener la existencia plena, ilimitada, infinita-. Les parece como si el no tenerla fuese como un robo, una frustración o una estafa por parte de Dios. Es ese el orgullo:  yo con mi razón, si tuviera tiempo llegaría a saber tanto como Dios y sería tan poderoso como Dios, pero claro, que como me muero, me siento un dios frustrado. Para estas personas, que en el fondo somos todos nosotros tantas veces, el mundo nos parece poco como pedestal a nuestros pies, sentimos con ambición de dioses y todo nos parece poco. Ni nos ocupamos de las cosas. Por el contrario, si estoy contento con ser lo que soy, la única posibilidad mía de existir en medio del universo, ser un hombre, ser un ser humano, entonces, el universo es algo muy interesante, es algo muy bello, es mi casa, es lo que yo tengo que cuidar, es mi reino. Entonces, el que está contento de vivir tal como es cuida con mimo el universo, las cosas que tiene alrededor, cuida la ciencia, investiga con cariño para ir descubriendo los entresijos de este universo en el que está y del que forma parte. Incluso hay tiempo de ajardinar este universo, hay tiempo de tener bonito todo lo que tenemos alrededor. Si hay una hoja en el suelo caída en medio del mosaico, uno se agacha – tiene tiempo para todo , también para esto,  para agacharse – para coger esta hoja y tirarla a la papelera, para que no haya polvo donde no tiene que haber, para que todo este pintado, esté bien, esté cuidado, que todo sea limpio y hermoso. 

Los ambiciosos desprecian el mundo, que les parece poco, y no tienen tiempo de arreglarlo. Y el humilde tiene paz, tiene tiempo y gusta, disfruta, es feliz con el cuidado de las cosas, de las personas y de todo. 

Ojalá que si alguien mira desde fuera el termómetro – si cuidan las cosas, es que son felices – lo vean muy alto de que cuidamos con mimo todo porque será señal de que realmente somos humanos. 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del sábado, 30 de marzo de 1985, en la capilla de la Universidad de Barcelona
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

Comparte esta publicación

Deja un comentario