Mc 10, 17 – 30

Habéis oído este trozo de Evangelio tan interesante y denso. Está allí Jesús en el camino, donde le alcanza la gente. Viene un joven corriendo. Se arrodilló y le preguntó: -”Maestro bueno”. Fijaos que le pregunta qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Ésta es una pregunta que interesa mucho a todo el mundo porque tanto los que han oído el realismo existencial como los que no, lo acepten o no lo acepten, todos sabemos que somos mortales y que es un límite humano, por lo tanto, sí interesa esa pregunta de qué puedo hacer para tener la Vida Eterna. Jesús le contesta primero: -“¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios”. Fijaos que es como decirle: -¿Es que acaso tú intuyes – al llamarme Maestro- que yo soy el Verbo Encarnado, acaso intuyes algo de esto? Precisamente porque – más tarde veremos- Jesús dice que porque intuye algo más en Él que un profeta del Viejo Testamento es por lo que le dice lo que veremos poco a poco. Jesús le dice que está muy bien que quiera la Vida Eterna.

Los judíos, para alcanzar la Vida Eterna, han de cumplir los mandamientos de Moisés. Porque ésta es la ley. Un judío, cumpliéndola, ya hace lo que tiene que hacer para ganar el Cielo. Es interesante ver cómo resume Jesús los mandamientos de la ley de Moisés, que eran diez. Sin embargo aquí, hay uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis. O sea que, Jesús elige seis, como diciendo que éstos son los más importantes. Él cita los diez, pero, al citarlos textualmente, parece como si diera más importancia a éstos que a los otros cuatro. Y dentro de cada materia, lo más importante dentro de cada uno de ellos.

-No matarás. Empieza por aquí, como si éste fuera realmente más importante. Respetar la vida de los demás. Es muy gordo matar a una persona. Le puedes mentir, le puedes robar y estará mal hecho. Puedes cometer un adulterio y estará muy mal hecho. Pero… ¿matar?
Porque de lo otro cabe arrepentirse, cabe hasta cierto punto compensar lo que has hecho. Si has robado, se lo devuelves y le das el doble como hacía Zaqueo: -daré el doble de todo lo que haya podido contar mal. Pero ¿matar? ¿Quién tiene en su mano resucitar a la gente? Pues lo pone primero: no matar. En cambio, recordáis que de los diez mandamientos, no matar es el quinto. Él empieza por aquí.

-No cometerás adulterio. Claro, eso es muy grave. Porque cometer adulterio es una falta al amor verdadero: Es engañar, es prostituir, es faltar al amor de los cónyuges respectivos, etc. Es muy grave porque es un atentado contra la caridad, contra el amor.

No matarás, no cometerás adulterio.

-No robarás. Claro, la gente que necesita lo que gana para poder vivir, que se lo roben con unos impuestos que no tienen justificación o que los bancos se lo roben de mil maneras con inflaciones de la moneda… Se pasa la gente trabajando toda su vida, sudando y guardando, y después esas pesetas no valen nada, todas se las han robado esos ladrones de guante blanco, que son los que están muchas veces gobernando. La justicia no puede hacer nada contra ellos porque ellos, incluso, tienen la justicia en su mano, ¡pues ya me dirás!

-No darás falso testimonio. Dando falso testimonio puedes hacer mucho daño a una persona; ¡tanto daño! Murmurando de ella, robándole la fama, ¡es tan tremendo! Con qué facilidad nosotros hacemos esto, dando lo que nosotros pensamos de una persona como si esto fuera verdad. ¡Y qué sabemos nosotros del corazón de esta persona!
-No estafarás. Honra a tu padre y a tu madre.
El replicó: – Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.

Jesús se le quedó mirando con cariño y dijo: – Una cosa te falta. Aquí se atreve a decirle una cosa más, porque como él le ha llamado Maestro bueno, bueno sólo lo es Dios…
Jesús ve que está intuyendo algo más, que en Él late Dios mismo. Se lo dice: -“ Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, dale el dinero a los pobres así tendrás un tesoro en el Cielo”. También es muy hermoso ver que el que se desprende de las cosas tiene un tesoro en el Cielo, en el Reino de los Cielos aquí en la tierra. Ya tiene un tesoro aquí, y ,además, la Vida Eterna.
-”Y luego, sígueme”
A estas palabras: él frunció el ceño. Por un lado, Cristo lo mira con cariño y él, en cambio, le frunce el ceño. ¡Qué tristeza, Dios mío!
-”Y se marchó”. No respondió, no dijo nada, se marchó. Se marchó porque era muy ruin, precisamente porque era rico tenía pesar y esa pesadumbre la arrastraría toda la vida mientras siguiera rico. ¡Pobre chico! Ojalá que en un momento de su vida se acordara y cambiara.

-”Jesús mirando alrededor, dijo a sus discípulos…” También los miraría con cariño a todos diciendo: – Mirad lo que ha pasado, mirad cómo le miraba y qué mirada me devolvió, como diciendo que eso no se lo podía pedir.

¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de los Cielos! Porque el Reino de los Cielos estaba con Él allí en medio y con todos los discípulos: allí estaba el Reino de los Cielos. Él le invitó: ve, vuelve y serás uno más. Se marchó. ¡Qué difícil es al rico entrar en el Reino de los Cielos!

Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: -“Hijos”. Fijaos que a los que se han quedado les llama hijos; ¡qué hermoso! También hubiera deseado Él que aquél se hubiera quedado en el Reino de Dios que Él empezaba a inaugurar como una alborada aunque no se constituiría plenamente hasta su Muerte y Resurrección, incluida la venida del Espíritu Santo. Ya como una alborada, ya estaba allí. También le hubiera gustado llamar a ese joven que le llamó “ Maestro bueno” y que ha cumplido los mandamientos ( un buen Judío). Le hubiera gustado también poderle llamar después: -“Hijo”. Jesús, viendo a los que estaban con Él, sí que se lo dice:- “ Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! “.

¡Qué magnífica definición de rico da Jesús! ¡Cuánto discute la gente de quién es rico! Rico es ese señor que tiene muchos millones. Pero el que tiene un solo millón, que hoy día no es gran cosa, ¿ya es rico? El obrero que tiene un buen sueldo aunque no tiene ningún ahorro, ¿es rico o es pobre? Cuantos querrían ser obreros hoy con un sueldo seguro. ¿Quién es rico? Rico es todo aquel que pone su confianza para resolver los asuntos – para llegar a ser feliz, para dar felicidad, para que haya justicia en este mundo, para que haya Reino de los Cielos en el corazón y en todo, para todas las cosas buenas y objetivos buenos- en el dinero diciendo que con él se alcanza todo: el dinero me dará poder, compraré a todo el mundo y con el poder lo arreglaré, lo tendré todo, tendré alegría, felicidad, todo. Pone su confianza en el dinero. Éste es rico. Tenga muchos millones o no tenga ninguno porque pueden ser personas que no tengan un millón pero que digan: robaré, oprimiré a los demás, me haré con dinero porque cuando yo tenga dinero… Éste no tiene ni cinco, pero es rico porque pone su confianza en el dinero como expresión de los bienes de este mundo creyendo que manejándolos, teniéndolos, utilizándolos o manipulándolos tendrá todo lo que quiera, alcanzará hasta Dios porque dirá que hará grandes limosnas después y, con eso, se asegura la Vida Eterna, compra la Vida Eterna con dinero también. Éste es rico.

Dice Jesús: -“Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja”. En las murallas, ya sabéis, había unos resquicios que acababan en punta, como un arco gótico pequeñito. A veces hacían un cuadro para que, al cerrar las puertas, ya no pudieran entrar carros ni nadie. Si aún llegaba alguien retrasado, le abrían ese espacio difícil de pasar para que no se colara nadie. En caso de guerra lo cerraban muy bien de inmediato. Le llamaban ojos de aguja. Eran unos resquicios delgados y altos. Claro, un camello era imposible que, con su panza, se doblara. “ Más difícil le será a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de los Cielos”.

Ahora viene algo sensacional que los oyentes – san Pedro, los apóstoles- se espantaron de oír al comentar: -“Entonces, ¿quién puede salvarse? “. ¿Qué quiere decir esto? Todos se consideraban ricos. ¡Y aquella gente no tenía nada! Los apóstoles, excepto S. Pedro y S. Juan (que tenían una pequeña industria pesquera y eran propietarios de algunos barcos, que entonces era bastante) los demás eran desarropados. Eran ricos. Se consideraban ricos porque todos ponían su confianza en alcanzar las cosas y arreglarlas con dinero: comprarían armas, derrotarían al Imperio romano que los oprimía, podrían ser reyes de Israel, se sentarían uno a la derecha y el otro a la izquierda y serían gobernadores. Ponían su confianza en el dinero y en las cosas de este mundo. Veían que el que no quisiera ser rico o no pusiera su confianza en el poder era necio. ¿Quién se iba a salvar entonces? Porque todos eran ricos, no porque tuvieran dinero, sino porque ponían su confianza en el dinero.

Jesús se les quedó mirando y les dijo: -“Es imposible para los hombres”. Realmente los hombres dejados a sí mismos ya vemos los estados y mafias que hay. Si eso se deja a los hombres solitos…. porque todos ponen su confianza en el poder y en el dinero. ¡Todos! No es imposible para Dios, Dios lo puede todo, es decir, que puede hacer ese milagro en la personas para que se den cuenta de que no vale nada poner la confianza en las cosas materiales, que hay que ponerla en la palabras de Dios, en sus preceptos, en el amor que nos manda. Ahí está el arma omnipotente que lo consigue todo: el amor.

Pedro se puso a decirle: -“ Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. O sea, nosotros hemos hecho lo que este joven no ha hecho, que se ha ido. En cambio, nosotros lo hemos dejado todo y estamos aquí contigo y te hemos seguido. Hace una afirmación hermosa. Esto es lo que podíais decir todos los que estáis aquí.

Jesús les dijo: -“Os aseguro” – también Jesús os lo dice- “que quien deje casa, hermanos o hermanas, madre o padre, hijos o tierras por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras”. Aquí Jesús añade una cosa estupenda: todos los que habéis dejado todo, recibiréis aquí en este mundo, en este tiempo, en el Reino de los Cielos aquí, cien veces más que todo lo que habéis dejado. Jesús dice eso: -El que deja esas cosas, recibirá aquí ya en este mundo el ciento por uno. Pero añade una cosa. Antes dice que el que deje casa, hermanos, hermanas, madre, etc, recibirá una cosa que no había dicho: “con persecuciones”. ¿Persecuciones también? También asegura que habrá persecuciones. Y persecuciones en el doble sentido de la palabra. Porque perseguir quiere decir seguir mucho o muchos que siguen. En este sentido, mucha gente seguirá.
También en otro sentido: habrá gente que te preguntarán furiosos de ver cuánta paz y cuánta alegría hay en ese trocito de Reino de los Cielos donde todos quieren ser últimos, la gente está en paz, en fiesta, alegre …dais envidia, os perseguirán y os matarán.
Ser perseguido por la gloria de Dios es un bien tan enorme como tener cien hijos, cien hermanos y cien hermanas. Tener persecución por la gloria de Dios es un tesoro también del Reino de los Cielos. Más se podría decir: si la gente no os persigue envidiosa de esto es porque no realizáis bastante bien el Reino de los Cielos. Cuánto mejor lo hagáis, mejor os perseguirán; unos para querer ser como vosotros y ,otros, de envidia, de rabia, de pataleo, de ver que con todo su poder de dinero, de los bienes de este mundo, no logran lo que vosotros sin nada, abandonándolo todo pero teniendo la caridad lográis: paz y fiesta. Persecuciones en este mundo, “y en la edad futura, vida eterna”.

Así es como responde la pregunta de qué tengo que hacer para heredar la Vida Eterna. ¡Heredar!. Él -que había heredado tantos bienes de sus padres- cuando habla de Vida Eterna cree que es también otra herencia, que no tiene porqué dejar la primera para tener la segunda. En cambio, Jesús le dice que es abandonando las cosas como tendrá cien veces más. Sólo así, entonces, también tendrá la Vida Eterna.

Pues bien, que sepamos todos administrar bien los bienes que Dios ponga en nuestras manos. Administrarlos bien para dar con ellos gloria a Dios, para hacer felices a las personas, para hacer tanto bien como se puede hacer en este mundo sin poner la confianza en ellos porque de nada sirven si uno no tiene caridad. Se hace uno dueño de estos bienes por creer que con ellos comprará todo en vez de ponerlos al servicio de los demás movido por el amor.
Bien situado nuestro corazón y nuestra confianza en el Padre, así alcanzamos el Reino de los Cielos aquí y el Reino de los Cielos en esa Tierra y Cielo renovados para siempre.

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del domingo, 29 de septiembre de 1985.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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