Lc 9, 7 – 9

Es curioso esta frase que dice Herodes: “ Tenía ganas de ver a Jesús”, por todo lo que oía de Él.

Jesús predicaba con mucho amor a la gente, les hacía mucho bien, les predicaba que se amaran. Cosa rara en aquella sociedad en que eran todos tan vengativos: ojo por ojo y diente por diente. No perdonaban, no tenían misericordia.

Todavía hoy por esos mundos orientales es terrible: ojo por ojo y diente por diente. Tú has matado a uno, pues a matarte a ti enseguida. Has robado, te cortan las manos. En Oriente se ve muchísima gente sin manos: sin una o sin las dos. Porque son pueblos que no tienen cárceles. Aquí uno hace una cosa y va a la cárcel privado de libertad. Allí no hay cárceles. No tienen dinero para hacerlas, no quieren gastar dinero en tener todo un cuerpo de policías. No, son más expeditivos, ¿usted ha robado?, pues le cortan la mano. Otra vez libre. Y si vuelve a robar, ya sabe qué le pasará. ¿Usted ha quitado cinco dientes a esta persona de un puñetazo?, pues cinco dientes le van a quitar en vivo.

Ese es el tipo de justicia: ojo por ojo y diente por diente. Y sigue, tanto que eso se convierte incluso en una especie de espectáculo. No hace mucho habían nombrado a un amigo mío secretario de la Embajada en un país de estos. Cuál fue su sorpresa pues nada más llegar recibió una invitación – como cuerpo diplomático- para tal hora, tal día, en la plaza mayor, con un asiento especial por ser diplomático, a presenciar como cortaban las manos a una docena de personas. Eran ladrones, habían robado, los habían cogido y todo el pueblo presenciaba el acto porque así quedaba muy escarmentado viendo cómo les cortaban las manos porque habían robado.

Son pueblos así y si eso es hoy ¡qué sería entonces!. Cristo predicaba el perdón, la misericordia, el amor. Realmente eran cosas muy chocantes, no se entendían, estaban muy fuera de contexto. Contaban tales cosas de Él, milagros que hacía, personas que curaba, multitud de seguidores que iban detrás de Él … que Herodes – dice el Evangelio – tenía ganas de verlo. Herodes, que era terrible, porque había decapitado en un santiamén a Juan Bautista haciendo traer la cabeza a su esposa y a su hija, Salomé. O sea, que no paraba en chiquitas. Tenía ganas de verlo.

Herodes que – según la tradición- era bastante comilón, borracho y muy sensual, tenía ganas de verlo. ¡Mira que si nosotros – que nos creemos mejores que Herodes porque no hacemos las cosas que hacía él- tenemos menos ganas de ver a Jesús! ¡Ya está bien, eh! ¡Mira que si todavía nos va a ganar Herodes en el camino del Cielo! Como dice Jesús muchas veces en el Evangelio: -Esos fariseos que se creen tan santos y tan buenos cumpliendo los ritos y leyes… las prostitutas y los ladrones irán por delante de vosotros al Reino de los Cielos.

Mira que si nosotros que nos creemos personas así – buenos ciudadanos, sensatos- nos tiene que decir Jesús un día: -Herodes irá por delante de vosotros al Reino de los Cielos porque tenía más ganas de verme. En el Cielo vamos a ver a Jesús Resucitado y a Dios Padre cara a cara. Quien tenga más ganas de verle, pues llegará antes. ¡Mira que si tiene más ganas Herodes que nosotros! ¡Ya está bien!

Pepita – que vivió tanto aquí- verdaderamente tenía deseos de ver a Jesús. Suspiraba hacía años. Cuando fui a Montornés, ya estaba mal. Tanto que yo estuve allí y dije: – ¡A la clínica inmediatamente!, porque si no, se va a deshidratar y se muere en tres días. Ha durado un mes. Llegué aquella noche entré, la vi, estaba ella sentada, me vio, sonrió y se alegró de que llegara. Cuando nos quedamos solos me dijo: – Esto es el principio del fin. Yo le dije que me dejara pensar a ver qué hacíamos mañana, a ver qué medicinas le dábamos. Me hizo así diciendo: – Hagan lo que quieran, pero es el principio del fin. Después celebré la misa. Y después añadió: – ¡ya, qué bien, me voy a ver a Jesús!

Bueno, pues que Pepita, que ya ve a Jesús, nos ayude a que tengamos un poquito más de ganas de verle que este mochuelo de Herodes.

Domingo, 22 de septiembre de 1985

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del domingo, 22 de septiembre de 1985.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

Comparte esta publicación

Deja un comentario