En esta primera lectura los profetas recuerdan a ese pueblo escogido de Israel todo lo que les había pasado antes. No sólo antes de Moisés sino incluso antes de que los hombres estuvieran en la Tierra: cómo Dios se había preocupado, especialmente, de este pueblo escogido.

Esta lectura nos hace pensar una cosa que es fundamental, de hecho, la primera que tendríamos que enseñar a los niños no sólo en las escuelas o al principio del bachillerato sino que hay que tenerla clarísima al empezar una carrera universitaria: la tremenda sorpresa, que deberíamos tener cada uno, de que existimos.

Todos los que estamos aquí hemos recibido el premio – el primer premio- de la existencia. Si en una lotería se juegan un millón de números y yo tengo un número, tengo una millonésima parte, una millonésima posibilidad de que el primer premio venga a mí. Pero a la luz de esta lectura, todas cosas que han ocurrido desde el primer momento desde el big-bang – la explosión del universo que comenzó a dar las estrellas, el sol, toda la evolución de millones y millones de años-, toda la evolución hasta la aparición del hombre sobre la Tierra, todas las cosas que han acaecido, son causas convergentes hasta el punto en que nuestros padres nos han engendrado. Cualquier cosa diferente en el pasado que hubiese dificultado que nuestro abuelo o nuestra abuela se hubiesen conocido – se habrían casado con otras personas -, o que nuestro padre o nuestra madre hubiesen estado enfermo y en vez de hacer el amor -por el cual nosotros hemos empezado a existir- lo hubieran hecho en otro momento, yo no hubiera existido nunca más en el mundo. ¡Cuántas posibilidades en contra de mi existencia desde el primer momento hasta ahora! Mis posibilidades de tener este primer premio, este gordo, eran poquísimas. La realidad es que yo he recibido el primer premio existir: ¡Qué sorpresa, qué maravilla!

Si juego a la lotería y me toca el gordo, tengo la alegría de que me ha tocado a mí y la tristeza de que los demás se han quedado sin él. En cambio, en esta lotería del ser no es así. Yo existo y no he hecho ningún daño a nadie. Como no han nacido, no existen, y como no existen no les hago ningún daño. O sea, es pura alegría de existir sin tener ni siquiera esta ligera tristeza de marginar a otros seres. Porque no existen, no les hago ningún daño.

Bueno, esto está insinuado aquí en esta primera lectura. Es lo básico. De nada sirve estudiar carreras ni ser un gran ingeniero si no parto de esta sorpresa de existir, de esta inmensa alegría de existir. A partir de aquí empezaré a pensar, empezaré a agradecer y a asimilar toda la cultura que he recibido de todos los hombres que han existido antes que yo. A partir de aquí podré mirar el enorme panorama de las cosas que todavía quedan por descubrir, avanzaré dentro de los limites de mi inteligencia que, como es mía, es limitada, no lo puede todo, siempre toparé con el Misterio. Nunca mi razón podrá explicar por qué existe algo en vez de nada ,que sería lo más lógico para nosotros. A partir de aquí podré ver cómo puedo ayudar a todos los demás a ajardinar el mundo, a amar a los demás – que son tanto como yo- con amor, con ternura. También, cómo puedo yo vivir una solidaridad humana y desarrollarme con los míos en una sociología, en una política adecuada, cómo puedo yo vivir en paz y en fiesta. Todo eso son campos a posteriori, pero que estarán bien construidos y bien enfocados si los construyo sobre ese fundamento: la sorpresa de existir. Cuando tantos billones y billones de posibilidades había para que no existiera, existo. La alegría de que me ha tocado este premio grande de existir: sobre esa base se puede construir todo, y hasta preparar mi corazón de la mejor manera posible para que el día en que Dios me de el don de la fe, recibirlo, vivirlo y abrazarlo como la tierra abraza una semilla de trigo.

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

Homilía del domingo 10 de agosto de 1985, en Barcelona.
Del libro «Homilías. Vol. I 1985-1995», publicado por Edimurtra

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