Si preguntáramos a los ciudadanos actuales quién mueve y promueve los cambios políticos y sociales, un gran número de personas, no dudarían en contestar que la sociedad civil organizada, los movimientos sociales, etc. Pero esto, que nos puede parecer tan «normal» iniciado el s. XXI, no lo era en la 2a mitad del siglo XX. A esta misma pregunta, la mayoría de ciudadanos hubieran contestado que los cambios políticos dependían casi exclusivamente del Estado. En las últimas décadas hemos asistido a una creciente involucración de la sociedad civil como motor de cambio de la vida política y, sobretodo, a una creciente toma de conciencia de las posibilidades y protagonismo que la acción colectiva de los ciudadanos tiene en este aspecto.
La mayoría de ciudadanos de occidente desarrollamos nuestra vida en democracia. La democracia ha sido definida por muchos como el menos malo de los sistemas políticos. Con la expresión «menos malo», significamos que si bien son muchos los avances obtenidos en los sistemas de participación en el espacio público, esto no significa que ya esté todo hecho, ni mucho menos. El sistema democrático actual es perfectible y todavía queda mucho por mejorar en nuestro modo de organizar las sociedades en las que vivimos.
El progreso y mejoras en la calidad de vida, en la educación, etc., ha llevado a que cada vez se tome mayor conciencia del importante papel que tiene la ciudadanía en la superación de situaciones problemáticas o injustas que se dan en las sociedades, pero también ha provocado que el sentimiento de descontento vaya en aumento, pues se tiene mayor conocimiento de cómo funcionan los sistemas de gobierno, la negligencia, la irresponsabilidad, etc.
Por otro lado, el progreso y las mejoras alcanzadas en nuestras sociedades, han llevado a acentuar los rasgos de una sociedad dual: hay más desarrollo, pero también más diferencia entre ricos y pobres, incrementa la marginación, la pobreza y los índices de exclusión crecen a niveles alarmantes. Incrementar el nivel de desarrollo económico de un país no significa que se incremente el nivel de igualdad, de justicia, de libertad, de democracia, etc. Junto con el incremento de las diferencias, crece la insatisfacción y el descontento.
Las sociedades democráticas occidentales se rigen por la democracia representativa, pero en las últimas décadas se ha visto que este modelo queda corto para la mayoría de ciudadanos, que no se sienten representados por los políticos que han votado, y que exigen cada vez con mayor contundencia nuevos espacios de participación en el ejercicio del poder.
La Historia nos muestra que las mejoras que quedan por hacer, no siempre se harán por iniciativa de los gobernantes, y muchas veces -por no decir la mayoría- es necesaria la movilización de los ciudadanos para conseguir aquellas mejoras y derechos que son inherentes a la consecución de una vida buena, como diría Aristóteles. De ahí la importancia de promover organizaciones, entidades…, en definitiva, de cuerpos sociales intermedios, sólidos y bien configurados, capaces de articular no sólo la queja y la protesta, sino también propuestas que contribuyan a una mejora de la calidad de vida de los ciudadanos.
Maria Aguilera