Desde un tiempo para acá y posiblemente como herencia de la filosofía positivista francesa, se utiliza mucho en el lenguaje culto y estándar, la imagen del escenario para designar los parámetros que definen una determinada situación: “en el actual escenario”, “imaginemos otro escenario”, “de todos los escenarios posibles”, etc. Es una figura expresiva, pero a la vez reveladora de una forma de auto comprenderse en el mundo.
Un escenario suele ser una construcción artificial. Lo que en él se presenta, acostumbra a ser un relato de ficción: una comedia, una tragedia, un drama… Es fácil comparar la vida con alguno de estos géneros, como lo hizo Calderón del auto sacramental “El gran teatro del mundo” (1641). Es cierto que, de alguna forma, todos representamos un determinado papel en la vida, pero también lo es que de vez en cuando conviene sacarnos la máscara y mostrarnos tal como somos: contingentes, finitos y moridores. Insistir solo en el espacio vital entendido como escenario parece que nos condicione a representar un papel.
En el teatro se hablaba incluso de la “cuarta pared”, como una pantalla invisible entre las actrices y los actores y el público. Esta era, por ejemplo, la opinión del famoso actor teatral Carlos Lemos (1909-1988) que decía que cuando actuaba sentía como si hubiera una cuarta pared y que él trabajara sólo para su propia satisfacción. Puesta al límite, esta teoría llevaría a la aporía de que, en realidad, los actores no hacen otra cosa que cultivar un solipsismo. Después, en el mismo teatro (y también en el cine, incluso en las redes sociales) se habló de romper esta cuarta pared para que los actores pudieran interactuar con los espectadores.
Preguntémonos si no sería más conveniente hablar de paisaje que de escenario. El paisaje es natural, mucho más dilatado que el escenario. En el paisaje no hay fronteras. El paisaje nos pone en contacto con la naturaleza, de la que tantas veces nos alejamos artificiosamente. También el paisaje nos condiciona, pero de alguna forma lo podemos modificar y si no, lo podemos abandonar buscando otros. El paisaje es un género de las artes plásticas, una epifanía de belleza que nos enriquece y que puede llegar a ensanchar nuestro hogar.
Podríamos establecer un paralelismo entre una clase hecha en una aula, entre cuatro paredes, y otra impartida en medio de la naturaleza o incluso en un recorrido por las calles de una gran ciudad o de un pueblo pequeño. El “escenario” es totalmente distinto. Aprender dentro del aula es útlil para preservarnos de las inclemencias metereológicas o favorecer el silencio. Pero también, de alguna forma nos aísla de la realidad que queremos aprender. Hace años circulaba un cómic en el cual la maestra dibujaba un sol en la pizarra, y escribía la palabra SOL, mientras fuera de la clase resplandecía el astro rey.
Es necesario buscar cuál es nuestro paisaje vital y gozar de los diversos paisajes que acompañan cada situación de nuestra vida. Será el mejor escenario.
Jaume Aymar Ragolta