A Ramón de la Rosa, Obispo

 

Sobre la tumba de Pedro,

Obispo por siempre más.

Después, cruzando el Atlántico,

de nuevo al mismo has de hallar.

 

Cielo y mar están azules.

¡Es un Domingo Pascual!

San Pedro de Macorís

–abierto de par en par–

te acoge como pastor

que le llega en son de paz.

(Te convierte esta mañana,

en “casi Residencial”.)

 

Los Santos de las vidrieras

te van mirando al pasar

y la gente apretujada

no cabe en la Catedral.

Todos vestidos de fiesta;

de fiesta el alma además.

(La luz del sol, a través

de un alto y grande vitral,

a los Santos del retablo

–que ven la Fiesta aumentar–

les reviste de colores

para que no queden mal.)

 

Tu familia, tus amigos,

los fieles, creen que están

–por bien seguirte– del Cielo

un poco más cerca ya.

 

El malecón te recibe

para bendecir al mar.

Al caer la tarde, la Luna

seguro también vendrá.

Es escabel de la Virgen

según escribe San Juan

(y aunque en la “noches” no veas,

María te alumbrará.)

 

Nombres: Ramón y Benito

–un Confesor y un Abad–.

Uno te dé Fortaleza

y el otro amor paternal.

 

Apellidos: de aura mística

y signo de batallar.

Rosa-rosarum, llevando

por cilicio tu rosal;

así das la flor más bella

que nadie pudo soñar.

Y Carpio; de luchador

es un hombre medieval.

Si siempre bregas por Cristo

a todos has de ganar.

 

Que siendo fiel a tus nombres

en la vida vencerás.

Sé fuerte y padre. Y aroma

del Celestial más allá.

 

 

Alfredo Rubio de Castarlenas

 

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